¿Bicameralidad tóxica?

La existencia de dos cámaras legislativas puede ser muy bueno para que un sistema político se retroalimente con prudencia y eficacia. La teoría y la experiencia ─ahí en países con respetables niveles de desarrollo político─ han coincidido. Sin embargo, muchos se preguntan en la coyuntura si el Perú está listo para reinsertar un esquema congresal de este tipo.

La bicameralidad ha sido muy impopular en los últimos años. En 2018 vía referéndum ésta fue aprobada solo por el 14.9% y rechazada por el 85.1% de la población. No obstante, algunas encuestas posteriores han comenzado a detectar una aprobación mayor que ha dado intensidad al debate en el actual Parlamento.

Los proponentes, los defensores de la figura han resaltado diversas ventajas ─y no sin razón─, pero sobre todo que un Legislativo con dos cámaras refleja y asume una mejor representación ciudadana. La pregunta que reta es si a la vez mejora la calidad de esa representación.

El historial de los congresistas, con sus excepciones por supuesto, de los últimos ya casi treinta años de unicameralidad lleva a pensar entre los peruanos que los males podrían en todo caso duplicarse. A ello se suma el enorme recelo de un aumento del gasto, el «despilfarro» que supone expandir la capacidad legislativa.

Estas incomodidades son reflejo de las rápidas fracturas y decepciones que la población asume con las organizaciones y movimientos políticos ─incluyendo a los «independientes»─ luego de ser electos. Increíblemente se suele olvidar que son esos mismos electores los que empoderan el decepcionante «resultado» con su voto.

Incluso entre los entendidos se ha visto el contraste en pro y en contra del sistema bicameral. Existe literatura académica ─citada por Carlos Ganoza─ que señala no encontrar «evidencia de que la bicameralidad mejore la calidad de las políticas públicas, ni la estabilidad política, ni el contrapeso al Ejecutivo» (A. Vatter). Y que hasta «puede ser un elemento que contribuya a la indecisión en el Estado, la dilatación de reformas, y la balcanización de la política» (Gary Cox y Mathew McCubbins). El debate sigue abierto.

Hay condicionantes en el país: los partidos y movimientos tienden a ser una coladera de actores inescrupulosos y delictivos. ¿Cómo apostar que la toxicidad no alcance a ambas cámaras? El lector puede imaginar el destino aún más oscuro que esperaría si un partido como «Perú Libre» tuviese mayoría de diputados y senadores, acompañando además a un Ejecutivo con afanes autoritarios y delictuosos como el que se está viendo. La sola existencia de un Congreso bicameral no garantiza evadir resultados nefastos.

La apuesta por la regeneración de las instituciones de nuestro sistema político es importante, sin ninguna duda; pero quizás antes de ello debe neutralizarse uno de los factores que está envenenando su funcionamiento: la impunidad política (y judicial) selectiva.

Los políticos realmente preocupados por concretar cambios importantes y duraderos se obligan a una cruzada que reclame y condicione filtros minuciosos para impedir la introducción de actores criminales y extremistas ─ataviados de «demócratas»─ en los partidos y movimientos tanto en las regiones como en la capital. Ese es un primer paso clave en el camino hacia una sana y operante bicameralidad.