«Cibersenderismo», propaganda y reclutamiento entre los jóvenes
Desde su masificación, las tecnologías comunicacionales «en línea» (online) han sido aprovechadas tanto por grupos radicales como por extremistas violentos y terroristas alrededor del mundo.
En la última década los estudiosos extranjeros de la violencia política –en todas sus formas, el terrorismo es una de ellas– han descrito con mayor detalle y medido significativamente cómo las herramientas digitales impulsan con efectividad las comunicaciones estratégicas de estos grupos con el fin de propagar tanto sus acciones de terror político como sus contenidos ideológicos. El resultado (a nuestro modo de ver en el ámbito latinoamericano): empujar los contextos políticos de «radicalizantes» a «extremistas» vía una manipulada «conflictividad social» que abre puertas a potenciales simpatizantes y reclutas.
En el Perú, y por años, operadores nuevos o reciclados de Sendero Luminoso (y sus derivados), el «ex»-MRTA y otras fuerzas, han usufructuado de las redes vía Internet para ampliar su audiencia casi sin ningún tipo de contención eficaz y planificada, a nivel político, y por los mismos canales. Si bien fueron neutralizados en el pasado por acciones ejecutadas desde la sociedad civil (comités y rondas campesinas de autodefensa, etc.), policiales, militares y de aplicación de la ley, se han ido recomponiendo ideopolíticamente y sus tácticas de difusión siguen renovadas, tensionando y «extremizando» los entornos ante un sistema político democrático, partidario y estatal de reacciones precarias (sobre todo con los grandes problemas no resueltos de la población en costas, sierras y selvas).
Este uso de los medios digitales y virtuales –que complementan la propaganda tradicional «fuera de línea»– no solo ha beneficiado al cibersenderismo
Hace unos años hacíamos referencia («Cibersenderismo». 2017. M. Lagos. Expreso) sobre los riesgos latentes y la expansión de las narrativas extremas a través de las redes sociales y el Internet. En 2021 el prosenderismo llegó a poner un pie en el Ejecutivo y otro en el Legislativo influyendo perniciosamente en la pauta de poder político nacional. Hoy en 2023, la violencia política organizada va retroalimentándose también gracias a los servicios de mensajería móviles (WhatsApp, Telegram por ejemplo están sirviendo para coordinar desde desplazamientos, bloqueos y saqueos hasta ataques incendiarios y agresiones personales selectivas).
Cierto es que las acciones terroristas tradicionales cesaron durante un tiempo (a excepción del VRAEM donde persistieron contra peruanos civiles y uniformados); sin embargo van relanzándose nuevamente sobre todo al sur del país (los incendios planificados son una muestra de ello). El extremismo en plena lucha política creciente por participar tácticamente de la política a través el voto electoral y vía las amenazas de violencia constituyen también un juego doble que continúa nutriendo su estratégico «proceso revolucionario» de fondo.
La tenaz operatividad de los violentos antisistema (debe incluirse aquí al antaurismo y los infiltrados de Evo Morales y el castrochavismo) parece seguir atrayendo a los jóvenes inadvertidos; éstos asumen que, por ejemplo, Sendero Luminoso y el MRTA y sus liderazgos no formaron abiertamente en el pasado organizaciones terroristas activas y sanguinarias, sino «movimientos» o «partidos políticos» compuestos por «luchadores sociales» cuando estaban sueltos en plaza, o «prisioneros políticos» cuando eran encarcelados. Todo un mensaje insultante –que se propagandiza dentro y fuera del país agudizando la polarización– para las miles de víctimas civiles, militares y policiales del terrorismo en el Perú.
Hay que repetirlo: la labor contranarrativa que la democracia representativa y liberal debe dar entre las nuevas generaciones para ayudar a revertir los relatos extremistas y proviolentos en proceso de expansión en el debate nacional, en el sistema político y de conflictos, debe ser asumido con mucha mayor dedicación. Romper el forzado vínculo creado entre los taimados actores calculadores y los verdaderos actores desposeídos o reclamantes –pacíficos– es imperativo.
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