Los mercantilistas de la izquierda

Una de los mayores logros narrativos y de la lucha ideológica de las izquierdas fue encajar el tóxico mercantilismo como un elemento propio, inherente a los sistemas liberales de mercado (mal llamados “neoliberalismos”). Lo cierto es que sin importar que domine la izquierda, el centro o la derecha, los afanes mercantilistas reverdecen ahí donde son regadas las visiones estado-céntricas de la economía.

El mercantilismo es en realidad profundamente antiliberal. Detesta sobre todo la competencia propia de una operante economía de libre mercado. Su actuar se basa en la búsqueda y el enganche de contactos en el Estado para asegurar influencias, contratos, proteccionismos y enriquecimientos. Es el contubernio entre corruptos burócratas o funcionarios públicos, inversionistas voraces y políticos venales. Su auge explica mucho el subdesarrollo que hasta hoy padecen los países latinoamericanos. Y debe decirse incluso, contra lo que se suele creer, que hasta el espíritu mercantil y el socialismo de “crecimiento estatal” son viejos compañeros de ruta.

En Venezuela, por ejemplo, mientras millones de venezolanos huyeron del país por la dictadura política, la hiperinflación y el estatismo económico, este tipo de “empresarios” prosperaron en ciertos sectores con los bolivarianos Chávez y Maduro; muchos aún a flote y como testaferros son usados para salvaguardar fortunas fuera del territorio llanero. Otros fueron cayendo en desgracia al ser traicionados por los que controlan el gubernamental poder político y criminal ya hace más de veinte años. Son conocidos y llamados con desprecio por la población como los “boligarcas, los “boliburgueses” o los pudientes “enchufados“.

Con el tiempo surgieron nuevas “camadas de ricos“, jóvenes con empresas, hombres y mujeres, conocidos como los “bolichicos” que hicieron también sus fortunas como contratistas del gobierno en diversos proyectos y obras públicas incontroladas. En 2021 un reconocido medio de investigación periodística (Armando.info) revelaba el imperio de una serie de franquicias y bienes raíces de “Las Luque“, una familia de venezolanas (madre y tres hijas que gustan imitar a las Kardashian) quienes habían amasado ingentes “dineros negros” gracias a sus vínculos con jerarcas del chavismo socialista del siglo XXI. Por otro lado y por años, Alex Saab, el presta nombre de Maduro, logró ser el contratista privado favorito del régimen manipulando o “sin pasar por licitaciones o controles, apuntalando negocios y contratos millonarios”.

No muy lejos, Brasil fue el epicentro de una de las mayores redes de sobornos de la historia. Con Lula da Silva (otro tótem de la centroizquierda regional) como uno de los protagonistas de los acusados pagos de Odebrecht y del reventado caso Lava Jato. Desde ahí pues izquierdistas y mercantilistas se consorciaron para gobernar y robar en América Latina y parte del África con el patrocinio del Foro de Sao Paulo, el conglomerado de los partidos de izquierda ideado por Fidel Castro. La Cuba comunista, como registra la evidencia, es otro paraíso del mercantilizado capitalismo de Estado que dio origen a una nueva oligarquía que vive a cuerpo de rey en contraste con el pauperizado pueblo.

Como puede verse entonces los mercantilistas suelen llevarse muy bien con los sistemas políticos y económicos estado-céntricos como el socialismo en todas sus vertientes y en regímenes con partido único como en China. En el gigante asiático se despliega de fondo no un sistema de mercado liberal y competitivo sino un capitalismo estatal en mezcla con un capitalismo de amigotes. Este último es la base, por cierto, de los oligarcas en Rusia enriquecidos por el favor gubernamental. Vladimir Putin (exmiembro de la KGB de la otrora Unión Soviética) y Yevgueni Prigozhin dueño del Grupo Wagner son ejemplos supremos de estas colusiones entre el poder político y el poder económico mercantilista.

En Perú —guardando las enormes distancias y las dimensiones— se está viendo a propósito del caso Sada Goray cómo estos ejemplares de inversionistas “mercas” forjaban acuerdos con el desgobierno prosenderista de Pedro Castillo. No tuvieron ningún escrúpulo en aceitar la maquinaria estatal penetrada por la extrema izquierda desesperada no solo por acumular económicamente sino que, en paralelo, iba montando un proyecto dictatorial en el terreno político. A este juego de poder del que solo se está conociendo la punta del iceberg, se sumaron periodistas y otros oportunistas que desde la campaña electoral en 2021 habían convertido al candidato y heredero político del Movadef de Abimael Guzmán Reynoso en el “mal menor”.

Esto recién arranca. Sada Goray ha admitió haber pagado S/ 4 millones al encarcelado Salatiel Marrufo cuando era jefe de asesores del Ministerio de Vivienda. Ha reconocido además que hasta los (seis) hermanos del golpista Castillo recibían un pago mensual de S/ 10 mil mensuales. El mismo Marrufo llegó a contarle a la “empresaria” Goray —según obra en los expedientes judicializados— que Castillo salía de Palacio de Gobierno “encapuchado a recibir las coimas”.

Todos estos enjuagues han llevado a no pocos a preguntarse en las redes sociales: “¿Qué fácil es volverse un ‘empresario exitoso’ al convertir al Estado en un botín tanto en las regiones como en la capital, no?”.

Hay que repetirlo: el país no podrá sanar, tampoco saldrá adelante si operadores relacionados con el persistente mercantilismo corruptor —de burócratas, empresarios y políticos— continúan ocupando cargos públicos importantes.

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