Milei, el legalizador de las drogas
Muy a su estilo el candidato presidencial Javier Milei dijo en 2021 que “sólo una vez en su vida había fumado un porrito (de marihuana)”. De cocaína y otras, nada.
Siendo así, el competidor argentino no es hoy dependiente de alguna sustancia psicotrópica como a veces sucede inconfesadamente con otros candidatos antes y después de ser presidentes.
Milei es, por cierto, un creyente de la legalización de las drogas, un planteamiento que suele provenir de las tradicionales canteras de pensamiento liberal o libertario. Una idea muy resistida tanto en los sectores conservadores de la derecha (y en los de izquierda) en el que se pretende encajar al anarcocapitalista Milei.
Una cosa curiosa se advierte: mientras los conservadores que hoy aupan a Milei propagandizan sobre su rechazo al aborto, se ponen silentes cuando el candidato habla sobre despenalizar las drogas. Desde otro flanco, los sectores liberales latinoamericanos críticos con Milei por sus relaciones con los conservadores antiderechos obvian selectivamente su propuesta de liberalización de drogas, cuando deberían celebrarla.
Mucho hay por evaluar en el programa del candidato (lanzado en un contexto en el que la realpolitik es un factor ineludible) y, de ganar la presidencia, confirmar las chances que tiene de implementarlas. No le será fácil sobre todo en el terreno parlamentario bicameral. Pero se haría mucho mejor intentando analizar su prédica ideopolítica por partes, encontrando en cada ítem su real potencial a favor de una operante filosofía de la libertad (que incluya sin discriminación a las minorías) en contraste a una riesgosa filosofía del poder que termine enmarrocando libertades personales, políticas o económicas.
Por lo pronto, si bien hay un amplio debate en pro y en contra de cierta “inclinación fundamentalista”, religiosa y conservadora (quizá más por estrategia electoral) en el terreno de lo social o cultural, no hay a la fecha en Milei amenazas contra la libertad económica ni tampoco de fondo contra la libertad política vía un proyecto autoritario o dictatorial. De triunfar, seguro este etiquetado “ultraderechista” dejará el poder según el plazo constitucional en contraste a los atornillados “presidentes” de la extrema izquierda regional.
Y a propósito del tema, ¿es posible y efectivo legalizar las drogas como ha sugerido Milei? Una pregunta antigua. Pero no es exagerado advertir que el asunto tome expectante tracción en adelante entre la opinión pública argentina y latinoamericana abrumada por el brutal incremento de la inseguridad ciudadana. La región pues tiene a grandes países cocaleros y es el narcotráfico la principal industria del crimen organizado.
En lo que sí parece haber cierto consenso entre los proponentes es que para lograr niveles progresivos de efectividad, la legalización (mitigando con sostenidas políticas públicas sus colaterales e iniciales efectos sociales y de salud) debe hacerse en coordinación multinacional, tanto entre países productores como de consumidores. No de forma aislada. Y uno de los resultados esperados va en romper la “comodidad” de muchos gobiernos (infiltrados a veces por el crimen estructurado) de no querer terminar del todo con el narcotráfico, su alta violencia y sus “mercados negros”, sino de solo “controlarlo” a discreción.
Ese escenario en el que se desenvuelve gran parte de la famosa “guerra contra las drogas” parece insostenible en el tiempo. En algún momento el globo de la paciencia ciudadana, sin importar fronteras, reventará. Y es que de fondo tiende a reinar la impunidad selectiva (o el rápido recambio cuando caen en desgracia) de capos, cárteles y clanes del narcotráfico en colusión con políticos, jueces, fiscales, contaminados elementos en las fuerzas oficiales de seguridad y sectores públicos o (narco)estados criminalizados.
En Venezuela, por ejemplo, manda una fuerte alianza cívico-militar de signo criminal con poder político llamado el Cártel de Los Soles. Una mezcla activa de acaudaladas mafias políticas y mafias delictivas de alcance transnacional.
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