«Sendero digital» y la propaganda «en línea»
Hace más de cinco años hacíamos algunos apuntes sobre la muy poco estudiada labor de difusión por parte del senderismo vía las redes sociales y el Internet («Sendero digital» y la propaganda «en línea». 26/10/2017. M. Lagos. Expreso). La incubación de la violencia que hoy se va desatando en el país ha tenido un punto de apoyo central en este factor. Aquí una relectura al respecto:
Entre julio y noviembre de 2013 una página de Facebook en Perú, supuestamente vinculada al maoísmo senderista, llamaba a cometer atentados en la feria gastronómica Mistura que se realizaría en la Costa Verde en Lima. Los llamados eran a perpetrar actos de terrorismo explotando «ollas a presión» rellenas con metralla u objetos punzocortantes (terrorismo low-cost). La idea era imitar lo ocurrido en el atentado en la Maratón de Boston en EE.UU. el 15 de abril de ese año en la que dos jóvenes de 26 y 19 años mataron, con la misma técnica, a tres personas e hirieron a casi trescientas.
Eran mediados del gobierno humalista y se había llevado a cabo la «Operación Camaleón» en el VRAEM en el que fueron abatidos los terroristas «Gabriel» y «Alipio». La amenaza de atentar contra Mistura buscaba precisamente «vengar» esa acción de las fuerzas de seguridad.
La policía antiterrorista se puso alerta. Los medios de prensa replicaron la advertencia y los francotiradores fueron colocados estratégicamente en lo alto del malecón costero. Pero nada ocurrió. No hubo desgracias que lamentar.
A la par el acusado y sospechoso Movadef prosenderista se distanció de la amenaza. Sea el deslinde verdadero o no, lo cierto es que la mentada página de Facebook existió, e incluso, sigue abierta (de hecho operó hasta febrero de 2014 con 1.200 seguidores, mientras su web-blog «maoísmo línea roja» lo hizo entre el 2012 y el 2014 con más de 120.000 visitas). Así, la campaña de aliento a potenciales agresores pareció ser solo una especie de catarsis; un «desfogue» retórico y fanatizado, pero que no se materializó en actos concretos de terror político como en el pasado.
En esa línea, hasta ahora (2017), las maniobras de propaganda que ciertas alas del extremismo en nuestro país suelen hacer parecen tener esa constante de inflamación discursiva sin consecuencias de daños físicos ni materiales. En el caso citado del 2013 los llamados a la violencia fueron sí más específicos: “Demuestren que son maoístas de verdad. Usemos ollas a presión, emulemos la gestión de Boston”, instigaban sin suerte.
La pregunta que encaja acá, y que no pocos pueden hacerse, es si en el futuro este tipo de incitaciones logre que algún simpatizante inspirado (se ha llamado como «lobo solitario» a este tipo de perpetrador) o militante conectado se apreste a ejecutar algún tipo de agresión. De darse, mucho habrá hecho –entre otros factores– la retórica a la que se está recurriendo para relanzar la «agudización de las contradicciones». Y ahí está precisamente el riesgo sustancial que sigue dándose: la persistente narrativa que se desliza –con el «pensamiento Gonzalo» y la «lucha popular» como protagonistas renovados– por los recovecos de las redes sociales y del ciberespacio es casi la misma, en grado violentista, como la que accionó en décadas atrás. Muy poco ha cambiado a ese nivel.
¿Fueron prudentes las medidas que se adoptaron ante la especulación de un atentado en Mistura en 2013? Por sentido de alerta básico y por la experiencia de violencia terrorista vivida por los peruanos, claro que sí. Sin embargo, el resultado posterior no fue mejorar las precauciones con respecto a las fuentes digitales de difusión extremista sino que, al no ocurrir el ataque, ello sirvió a ciertos sectores de políticos, analistas y periodistas para acusar de sobredimensionar la peligrosidad de un maoísmo resucitado; de un «cuco» al que no debería volverse a temer.
Lo real es que con los años el uso de los medios sociales masivos «en línea» para desplegar la «lucha ideológica» en pro del extremismo han ido volviéndose más recurrentes y abiertos.
La relación entre Sendero Luminoso y el uso de la propaganda vía el ciberespacio tiene años, más o menos desde fines de los años 90. La mensajería extremista ─no radical en realidad─ aparece acompañada por los tradicionales rostros de Marx, Lenin, Mao y el «presidente Gonzalo». Las páginas web, de Facebook, Twitter, los blogs, etc. se abren coloridos y llamativos a un solo «clic», a vista de cualquier interesado o curioso sobre su accionar. Los sectores juveniles, inadvertidos, ávidos de información política dan con ellos con facilidad. El acceso a la creación de estos medios sociales es amplio así como su utilidad a la hora de lograr expandir las narrativas extremas, los pronunciamientos o la búsqueda de seguidores y potenciales reclutas.
Manteniendo las distancias, no está demás señalar cómo la utilidad estratégica y táctica de estas vías «online» para expandir, inflamar y energizar la ideología fue perfeccionada por los grupos terroristas islamistas. Por ejemplo, un abanderado de esta innovación comunicacional de la propaganda armada es el Estado Islámico. El también llamado ISIS usó con gran efectividad las herramientas de Internet llegando a tener bajo sueldo a expertos marketeros del terror y de las tecnologías. Bien pagados y adoctrinados operan además por medio de sus aplicaciones y «agencias noticiosas» apuntando no solo a consolidar a sus militantes en las zonas de conflicto, sino a lograr conectar a decenas de miles de seguidores y reclutas en todos los continentes.
Esa efectividad propagandística y publicitaria llevó a que –a pesar de los debates sobre las restricciones a la libertad de expresión– las principales plataformas de redes como Facebook, Google y Twitter comenzaran a derribar las páginas y direcciones –las métricas apuntan (en 2017) a reducir el cierre de 24 a 2 horas después de haber sido creadas– por las que se irradian los contenidos ciberyihadistas a todo el mundo.
Con la idea de que «si una ideología no puede ser transmitida, no puede ser adoptada», estas medidas han sido alentadas por los distintos gobiernos abrumados por las presiones de la opinión pública ansiosa por la impredecibilidad de los actos terroristas «inspirados» o «controlados» por el extremismo islamista.
En Perú, desde mediados de la década del 90 en que se empezó a masificar el Internet, hemos convivido, muchos sin darnos cuenta, con una hiperactiva propaganda «en línea» por parte del senderismo reciclado y sus diversas facciones. Estos puntos de difusión, individuales o grupales, se abren y cierran de manera constante. Una maraña de activismo se desenvuelve dentro y fuera del país donde la apología a la violencia, el «gonzalismo», la «guerra popular» y las soflamas apuntan a relanzar un proceso de radicalización a pesar de los pretendidos anuncios –mediáticos y analíticos– de una supuesta «democratización» de sus intenciones políticas.
Y en efecto, una revisión de la mensajería, de los contenidos ideo-políticos que se distribuyen por las redes parecen confirmar cómo esta se mantiene casi inalterable con respecto a la que se realizaba en los años 70, 80 y 90. Es la misma prédica agitadora que apunta a inflamar las coyunturas tal como enseñaban las estrategias marxistas-leninistas-maoístas. La diferencia es que esta vez se hacen ya no exclusivamente vía folletines, el pintado de paredes u otros, como antaño (los perros muertos colgados con carteles eran parte de la bestialidad propagandística), sino vía las redes sociales abiertas y de fácil distribución y acceso.
Esta dinámica también publicitaria en la que ciertos grupos extremistas políticamente motivados están imbuidos tenderá a consolidarse por la inefectividad de las organizaciones políticas del sistema en contrarrestarlos. Ello, sobre todo, por la enorme polarización actual al interior del sistema político nacional. Una circunstancia que abona (como también ocurrió en la década del 80 cuando los partidos no lograban ponerse de acuerdo en pro de una estrategia consensuada de neutralización) a la expansión de los discursos y los desafíos violentos. Desafíos que podrían volver a presentarse –sobre todo a mediano y largo plazo– y que ningún análisis serio puede descartar de manera categórica.
El factor de la libertad de expresión
Mirando otra vez al exterior, la explotación fácil de las tecnologías de información y la comunicación por parte de las redes extremistas y su propaganda en todo el mundo ha llevado a una suerte de procesos de «innovación» que repotencia sus objetivos de captación y reclutamiento. Los topes y frenos a las «facilidades digitales» que los países occidentales están poniendo al terrorismo internacional han generado profundos debates sobre los límites nebulosos a la libertad de expresión. Barreras que algunos advierten podrían ampliarse de manera inadecuada. Es un tema sin duda sensible y riesgoso.
En suelo peruano, es posible que los avances del «senderismo digital», de sus asociados y de sus narrativas proviolentas vía los medios sociales den mucho más de qué hablar y evaluar; ampliando a su vez el margen de respuesta de la sociedad y sus autoridades. La interrogante acá es qué rumbo finalmente se tomará; sobre todo cuando los discursos «revolucionarios», las arengas y las tensiones que se buscan generar son los mismos, exaltados, de años atrás.
Una propaganda que, «a la velocidad de un tuit», apunta a una audiencia juvenil que no solo no vivió el desangramiento que sufrió el país en el pasado, sino que además ignora los viejos códigos ideologizantes que podrían direccionarlos –a mediano y largo plazo– hacia una ruta de radicalización de límites impredecibles hacia el violento extremismo y el terrorismo.
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