Vizcarra y su heredero Sagasti también crearon a Castillo
Casi un año después de haber llegado a Palacio de Gobierno, mayoritarios sectores ciudadanos en las regiones y la capital se encuentran en medio de la indignación impotente y el recelo irreversible ante el desgobierno corruptor del dúo izquierdista ─«distanciados» en apariencia─ Castillo y Cerrón.
No faltaron por cierto durante la campaña electoral 2021 los análisis que edulcoraron o suavizaron la perniciosidad del prosenderista Castillo presentándolo como un inofensivo «político razonable» o hasta como un «pragmático sin ideología». Hoy las tensiones que dan forma a nuestro particular sistema de conflictos se van elevando al máximo ante la obvia putrefacción política y moral.
Muchos factores pueden explicar la sorpresiva aparición de Pedro Castillo en el escenario. Pero hay dos que resaltan. Primero, la subestimación, sobre todo desde Lima, del alcance ideológico de las narrativas políticas (más extremistas que radicales en realidad) que se han enraizado sin contrincantes hábiles que les hagan frente en los distritos, provincias y regiones. Así, Castillo y asociados prosperaron ante «pragmatismos» nebulosos y sin brújula política. Muchos actores empresariales formales ─de todos los tamaños─ se sumaron también a esta negligencia.
Y segundo. Desde Toledo, García, Humala y PPK se insistió en evadir reformar con seriedad aquel artífice de la mayor parte de los males nacionales: el Estado. Así, el aparato estatal refractario al cambio y claudicante en casi todos sus roles, alimentó los relatos con los que el extremismo antisistémico se fue empoderando. Por supuesto, la habilidad fue que el malestar se ha direccionado astutamente, más que a ese Estado inoperante, al «modelo económico» y la Constitución que lo contiene.
Pero ha sido sin duda la gestión pública infestada de incompetencia, corrupción y despilfarro la generadora innegable del enorme malestar en muchas partes del país. La pandemia fue finalmente el peor contexto para mostrarnos ese Estado fallido que nos caracteriza.
Ciertamente, fueron Vizcarra y Sagasti los protagonistas últimos, los coronadores del actual desastre. ¿Pueden presentarse ahora como los «salvadores» de la patria?
Con su enorme ineptitud ─el primer vacunado de la nación─ Vizcarra y su heredero Sagasti con su actuar selectivo (solo advertía riesgos y corrupción en la derecha mientras obviaba las de la izquierda) abonaron al crecimiento de Castillo y del partido de profunda raíz antiliberal «Perú Libre»; grupo que ha protagonizado el chiste político que se vive. Una organización cuyo objetivo central insiste en cancelar sobre todo el aspecto económico de la Constitución de 1993 y montar un control politizado y peligroso de todas las instituciones.
¿Cuánto de responsabilidad hay en que Vizcarra y Sagasti hayan dejado los gruesos problemas nacionales intocados, o aún más, como bombas de tiempo a punto de explotar? ¿A qué extremismos ha beneficiado, quizá hasta producto del cálculo político, que las tensiones se expandan sin solución?
Hace seis décadas cierta rama de la ciencia política advertía que cuando un sistema político activaba todos sus conflictos a la vez, podría reventar en pedazos. Era finalmente como construir sobre las cenizas: destruirlo todo para «refundarlo todo». Un incesante afán que en el caso peruano, movió desde hace años al hoy palaciego etno-senderismo-emerretista.
Si bien es cierto que cuando Sagasti, funcional a la retórica izquierdista al igual que Vizcarra, se hacía cargo de la presidencia peruana dijo que no era «prioritario», sí dio a entender que no veía problema en que un «momento constituyente» se instale progresivamente en el país. El triunfo de Castillo puede haberle generado un expectante optimismo.
¿Se lo habrá dicho en alguna de las cinco reuniones que tuvo antes y después de que el prosenderista llegó a Palacio de Gobierno?
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