Estrategias de pervivencia en la poesía mapuche: «Nace la voz y ya es danza»
En las culturas que solemos llamar originarias, la voz toma un papel fundamental no solo en la vida diaria, sino en la forma de comprender el mundo. Así, Clara Janés dirá: «nace la voz y ya es danza, es ritmo […] trasunto del que alberga todo lo vivo, del que anida en el árbol y en la planta, en el agua, en los animales y también en los astros».
Oralidad, canto, danza, continuum persona-cosmos… todos ellos elementos trascendentales para algunas de esas culturas originarias, como es el caso de la mapuche. De hecho, lo que denominamos poesía mapuche desde una visión externa, en realidad, está más próximo al ritual y al canto (ül).
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Respecto al idioma, algunas estrategias que se llevan a cabo es el uso de expresiones sin traducir: «en el fuego de nuestra ruka» (Lienlaf); o bien de traducciones aglutinadas que desautomaticen la forma occidental de entender la realidad. Cobra importancia el uso del sueño como enrarecimiento estructural del poema, dando así paso a la visión ancestral, pues el pewma (sueño), es en la cosmovisión mapuche el acceso al conocimiento comunitario: «Hasta la Tierra de Arriba llegará / en sus Sueños» (Chihuailaf).
Claro que, en las culturas orales, no suele haber un concepto arraigado de autoría, pues el material que se canta es fruto de una transmisión ancestral del conocimiento, por lo que la autoría es, en todo caso, comunitaria. Esto se resuelve, por ejemplo, haciendo uso de un plural externo: «va diciendo» (Chihuailaf). Así, poco a poco, se construye una palabra escrita que tiene esencia oral (no en vano, Chihuailaf denominará a sus escritos como oralitura).
Respecto a la cosmovisión, hay diversos elementos fundamentales que se verán reflejados. Podemos comentar, por ejemplo, la figura de los ancianos como depositarios del saber comunitario: «se sujetan en el misterio / de la sabiduría» (Chihuailaf). También la concepción de la naturaleza sin jerarquías, donde el ser se mixtura con su entorno: «soy el agua que corre» (Chihuailaf), «soy el tronco, madre» (Lienlaf). Otra diferencia importante es la concepción de la muerte, que no se ve como un fin, pues los ancestros siguen habitando el espacio en el que vivieron, surgiendo de ahí la importancia de la tierra y una parte fundamental del trauma de su devenir cultural. Frente a esta tensión irresoluble, señala Magda Sepúlveda que hay tres estrategias diferentes en la poesía mapuche: evocar el pasado idílico (Chihuailaf), señalar la confrontación irresoluble (Lienlaf), o remar hacia una evolución identitaria (Añiñir). David Añiñir, con esta última opción, rompe con la etimología de mapuche (gente de la tierra): «somos mapuche de hormigón»; pues ya se vive en la ciudad y los ancestros también la habitan: «debajo del asfalto duerme nuestra madre». De esta forma, las culturas se hibridan y contagian como estrategias de supervivencia: «dividiendo mi corazón» (Lienlaf); tratando de no perder la esencia de su legado, pero adoptando lo necesario para permanecer.
(Ricardo Maurandy, poeta y crítico español, nacido en Murcia).
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