Ricardo Sumalavia: ‘Enciclopedia vacía’ en busca de una extraña unidad | Entrevista
Destacado intelectual es responsable de la 'Colección Underwood' y la 'Colección Orientalia' de la PUCP.

Ricardo Sumalavia: ‘Enciclopedia vacía’ en busca de una extraña unidad | Entrevista.
Ricardo Sumalavia es doctor en Letras por la Universidad de Burdeos. Vivió en Corea del Sur y Francia. Fue responsable de la “Colección Underwood” y la “Colección Orientalia” de la PUCP, donde es director del Centro de Estudios Orientales.
Ha publicado los libros de cuentos “Habitaciones” (1993), “Retratos familiares” (2001), de los libros de microrrelatos “Enciclopedia mínima” (2004) y “Enciclopedia plástica” (2016), y de las novelas “Que la tierra te sea leve” (2008), “Mientras huya el cuerpo” (2012), “No somos nosotros” (2017), “Historia de un brazo” (2019), “Croac y el nuevo fin del mundo” (2022). Acaba de publicar “Enciclopedia vacía” (Personaje secundario), su tercer libro de microrrelatos. Dialogué con él.
Cuando publicaste “Enciclopedia mínima”, en 2004, en el Perú, para los escritores de tu generación, no era frecuente publicar microrrelatos. ¿Por qué la intención de practicar este género?
Mi primer libro, “Habitaciones” (1993), se inicia con un microrrelato titulado “Buenos muchachos”. El resto del libro es en sí de prosa breve. Mucho de lo que escribí durante la década de los noventa adoptó este formato, creo yo que, sobre todo, guiado por mi interés hacia lo fragmentario. Este interés fue tomando forma durante mis años formativos en la universidad. Leía todo lo que podía. Muy pronto caí fascinado con los textos de Juan José Arreola, Augusto Monterroso, Ana María Shua y tantos más. Al mismo tiempo, en la universidad, también llevé un curso de literatura japonesa y me sedujo de inmediato la sensibilidad en la prosa y poesía breves de esta cultura. Toda esa confluencia de intereses fue propiciándome un estilo personal.
Ricardo Sumalavia, ¿te recuerdas escribiendo esos primeros microrrelatos?
Claro. “Buenos muchachos” lo escribí durante una clase del profesor Enrique Carrión Ordoñez. El curso era Literatura hispanoamericana del siglo XIX. El microrrelato no tiene nada que ver con el tema de la clase, sin embargo, en ese momento me sentía embebido de literatura. La pasión de aquel profesor era contagiosa. Todo era estímulo creativo. También recuerdo que, cuando trabajaba en una academia preuniversitaria, en las reuniones de coordinación escribía microrrelatos. Los escribía y se los dedicaba a cada uno de mis compañeros. No creo que los hayan conservado, pero igual les estoy agradecido. Sin esa amistad quizá no los hubiera escrito.
¿Y la prosa breve peruana te interesó por esos años?
Por supuesto. Hubo libros de microrrelatos, no muchos, publicados en Perú. La prosa breve de Luis Loayza o Antonio Gálvez Ronceros me deleitó enormemente. Si bien no corresponde al género del microrrelato, las “Prosas apátridas” de Julio Ramón Ribeyro fueron de una gran influencia. Autores más cercanos a mi generación también relevantes en mi formación; cómo no mencionar a Carlos Herrera o Fernando Iwasaki. Sin embargo, debo precisar que, si bien me siento parte de una tradición literaria de microrrelatistas, otro aspecto importante en mi vida para derivar en este género es mi impulso vital. Es decir, desde pequeño fui dominado por ansiedades. Nada tremendo, pero esta circunstancia fue modelando un temperamento que requería soluciones rápidas. Visto así, el microrrelato era perfecto para mí. Iba acorde con mi ritmo vital, con el joven ansioso que era entonces. A todo esto, se suma que, desde mis primeros empleos, el tiempo libre era escaso. Tampoco fui tan disciplinado como hubiera querido. Solución: la prosa breve. Escribir microrrelatos me permitió la satisfacción de culminar proyectos narrativos y saciar mis ansiedades. Luego, con los años y las ansiedades amenguadas, quedó el oficio, el placer de expresarme en este formato.
¿Qué supone “Enciclopedia vacía”? ¿El gran sueño dentro de tu proyecto de enciclopedias?
Cada libro de microrrelatos que he publicado aborda diversos intereses, temas, cuestiones estéticas, que me han atraído en distintos momentos de mi vida. El primero, “Enciclopedia mínima” (2004), se centró en la ciudad de Lima como motivo estético, en el mundo oriental, en el planteamiento paródico de la literatura policial, etc. “Enciclopedia plástica” (2016) discutía las posibilidades del cuerpo y el lenguaje como materias creativas, maleables, incluso desde sus tensiones y cómo el arte se apropia de la violencia para propiciar propuestas plásticas. “Enciclopedia vacía”: el gran sueño tensa todavía más las posibilidades del lenguaje y de los argumentos que pueda contener. Este tercer libro de microrrelatos dialoga más con el surrealismo y el budismo, que de algún modo condensan mis experiencias asiáticas y francesas. Sabemos, además, que el surrealismo se nutrió de las noticias del budismo que llegaron en las primeras décadas del siglo XX. Ahora bien, no es que pretenda ofrecer una particular síntesis de estas experiencias estéticas y doctrinas. Ofrezco una visión personal de ellas. Me apropio de algunos de sus códigos y solo fluyo.
¿Y estas influencias surrealistas y budistas no te alejan de las formas narrativas tradicionales?
Era inevitable. Tanto el surrealismo como el budismo desconfiaron del lenguaje, de la frase enunciada. Ese producto de la enunciación, para ellos, se encuentra viciado, distorsionado, por los sentidos, los condicionantes sociales, etc. Y es paradójico que sea a través del lenguaje mismo que se enuncien estas limitaciones de la palabra. Ello me llevó, como a otros tantos narradores o poetas, a romper con ciertas estructuras del lenguaje y, obviamente, trastocar las formas habituales de la narración. Ese camino, a decir verdad, ya lo había iniciado con mi novela “Croac y el nuevo fin del mundo”. Un universo dislocado y fragmentario en busca de una extraña unidad. En el fondo, creo, eso es lo que somos: una extraña unidad.
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