Serenella Matteucci, pintora: «La gente no es el rostro que trae»

María Serena Matteucci Papa, viuda de Alejandro Graña, más conocida como Serenella, es una destacada escultora, pintora, creadora de unas máscaras de especial belleza y delicadeza, es también diseñadora y cultiva todas las artes plásticas.

Serenella, ¿cómo fueron tus inicios en la pintura?

Para mí fue “un canto a la vida”, hasta ahora soy autodidacta, a los 17 años ingresé a la Ford Motor Company porque había hecho dos años de secretaría ejecutiva bilingüe y ahí conocí a un señor que tenía una fábrica de pintura acrílica, Mario Piacenza, pintor y escultor y él me dijo que lo ideal sería pintar con acrílico, porque da volumen, más volumen que el papel maché. Cuando muere mi padre yo tenía 9 años y sucede que me deprimí muchísimo. Mi cuñado y mi hermana le hablaron a la mamá de mi cuñado para llevarme a su casa los sábados y domingos y, mi cuñado, los sábados y domingos se dedicaba a la escultura y a la pintura. Ahí comencé a experimentar con la tela y los colores hasta que un día me dijo: “Tú misma busca mezclar los colores hasta encontrar el tuyo”. Así comencé.

¿Cómo se manifiesta tu espiritualidad en tus obras?

Se manifiesta de manera espontánea y comienzo a trabajarlo porque lo sentía, solo pinto lo que siento, ahí radica lo espiritual de mis obras.

¿En qué etapa de tu inspiración te encuentras en estos días?

En pintura. Ahora solo en pintura, pintura; hice escultura e intercalaba ambas técnicas más el modelado para las máscaras venecianas que hice para plasmar diversas expresiones que me interrogaban.

¿Cuáles son las técnicas que has utilizado más en tus obras?

Técnicas inventadas, por ejemplo, en la escultura o en el modelado de máscaras y en los trajes venecianos que hice.

¿Cómo empiezan tus obras con respecto a las máscaras?

Porque era muy observadora, me di cuenta que la gente no es el rostro que trae, siempre pensé que era así, crecí en una familia bien espiritual y en concentrarnos en Dios. Descubrí que todos en el mundo o muchos o todos, tienen varias máscaras que usan según se encuentran con las personas y eso motivó la creación de mis máscaras, a partir de esa experiencia comencé a tener conocimiento de mí misma, empecé a observarme.

¿Qué nos puedes contar sobre tus pinturas venecianas?

Cuando comencé a hacer esas pinturas se me ocurrió utilizar el papel maché porque una de mis concuñadas en su casa tenía unas obras en relieve y me encantaron, averigüé la preparación, yo tenía todo el papel hecho, gané varios concursos y obtuve menciones honrosas en concursos entre 1968 y 1969, yo era autodidacta. A los 18 años mi hermano presentó mis obras a un concurso y obtuve una mención honrosa.

Háblanos sobre tus esculturas.

Hice escultura porque me encantaba recordar las pequeñas piezas que me encargó mi cuñado, decía que haga lo que quiera con la arcilla, y entonces cuando regresé de Finlandia quise buscar un asistente para que me dé los primeros pasos, se llamaba Luis Orozco, había estudiado en Bellas Artes, lo he considerado siempre como un gran escultor.

¿Cuál es tu opinión sobre los artistas de otras ciudades del Perú?

Para mi modo de ver la pintura y el arte, sobre todo en el estilo de la pintura figurativa, la gente de otras ciudades o provincias son excelentes artistas, pero lamentablemente en la capital de nuestro país no se las reconoce o considera como los grandes artistas que son y eso es lamentable.

Amistad con Guayasamín

¿Cómo se inició tu amistad con el gran artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín?

Siempre tuve mucho respeto por los maestros, de los cuales en Ecuador destacaba de manera formidable Oswaldo Guayasamín. Me tocó ir con mi esposo, el doctor Graña, a la penúltima muestra que trajo al Perú y ahí una amiga, la señora Mariátegui, con quien nos encontramos esa noche, me lo presentó: “La señora Serenella es la artista de las máscaras” y él comenzó a hablar conmigo, estaba fascinado por todas las máscaras.

Me dijo: “Me deja su dirección, íbamos a viajar a cusco, pero no iré, primero iré a su casa para ver sus obras”, “No tengo mucha obra preparada”, le dije, “Iré con toda mi familia para ver sus obras”. Nosotros fuimos después de 20 minutos a casa y a eso de las 12 de la noche cuando estábamos por dormir tocaron el timbre, me fijé por la ventana y había un batallón de gente: era Guayasamín, el Embajador de Ecuador y su esposa, la familia del maestro. Yo lo recibí con mucho gusto. Ahí comenzó nuestra amistad. Lo primero que dijo fue: “Muéstrame todos tus trabajos”, tengo una foto cuando él halaga mis obras.

Por Walter Espinoza Ramírez

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