Una mirada al nacimiento de la ciencia ficción: Decodificando al monstruo de Frankenstein

La obra cumbre de la escritora británica Mary Shelley es analizada por el escritor e investigador de la Universidad de Lima, José Güich Rodríguez, quien explica cómo se desarrolló la literatura fantástica en torno a la lucha del ser humano por dominar los secretos de la naturaleza.

Diario expreso - Una mirada al nacimiento de la ciencia ficción: Decodificando al monstruo de Frankenstein

Mary Wollstonecraft Shelley fue una escritora, dramaturga, ensayista y biógrafa británica reconocida principalmente por ser la autora de la novela gótica Frankenstein o el moderno Prometeo, considerada la primera novela de ciencia ficción moderna y que logra inaugurar el género.

¿Qué significa Frankenstein en la literatura universal?

El inicio de una nueva era de imágenes y pesadillas, alimentadas por la revolución en todos los niveles que se producía desde el siglo XVIII: el Siglo de las Luces, el de la Ilustración y el cuestionamiento de un orden supuestamente “divino”.  Los experimentos empezaban a hacerse visibles: salían del “clóset”, por decirlo de un modo. El mundo europeo, a inicios del XIX, ya estaba familiarizándose, poco a poco, con la electricidad, el magnetismo o la búsqueda de fuentes de energía. Frankestein o el moderno Prometeo, de Mary Wollstonecraft Shelley, aparece en los años previos a grandes transformaciones (1818) técnicas. Es un símbolo de la lucha del ser humano por dominar los secretos de una naturaleza que ya no se le presenta como algo ingobernable, sino lista para ser domada, controlada a su antojo.

¿Es Frankenstein un monstruo de la ciencia ficción? ¿Por qué?

Lo es en tanto anticipa la fiebre del ser humano por usar la ciencia y la tecnología para replicarse o crear vida artificial, apartando por completo la idea de que es un dios quien manda y prohíbe asumir esas funciones. Si bien suele pensarse que es la Revolución francesa de 1789, con su culto por la Razón y el rechazo a las supersticiones la que provoca el decisivo giro, esas inquietudes de convertir al humano en un “dios de sí mismo” flotaban en el aire desde el XVI.  Shelley resume en su tremenda novela una lucha de siglos por despercudir a la gente de miedos a tonterías como “el poder de los reyes viene directo del Cielo”. O que “el orden terrenal refleja al de las órbitas celestiales”.

¿Por qué a Frankenstein se le conoce como el “Moderno Prometeo”?

Es el subtítulo que aparecía ya en la primera edición del libro. Prometeo, en la mitología griega, es el titán amigo de la humanidad y en versiones más antiguas, su creador. Desafía a los dioses del Olimpo y entrega el fuego divino a los mortales. Es obvio que Zeus le aplicará un castigo terrible, como corresponde a un jefe enojadísimo. Lo encadena a una montaña. Luego un águila devorará su hígado día a día. Los tejidos se renuevan por la noche y en la siguiente jornada el ave se despacha de nuevo. Y así, por toda la eternidad. La frase es poderosa: implica que el científico de la novela, Víctor Frankenstein, padre de la criatura ensamblada con restos de distintos cadáveres, hace un lado a Dios y se convierte en dador de la existencia a lo que está muerto.

¿Cuán poderosa es la influencia de la ciencia ficción en la literatura de terror?

De hecho, Frankenstein contiene variados elementos propios del terror llamado “gótico”, esas narraciones que transcurrían en castillos, mazmorras y criptas donde las fuerzas más oscuras e irracionales hacían sentir su resonancia con demonios de todo pelaje, almas condenadas y fantasmas por doquier. La gran innovación de Mary Shelley, y quizás donde reside su genialidad, es haber utilizado su inteligente curiosidad por lo nuevo como motor de una obra de pre ‘ciencia ficción’ y haberla entremezclado con los códigos del terror a lo desconocido, aquello que los hombres y las mujeres temen porque escapa a su normalidad. Si hablamos de lo actual, mucha literatura de ciencia ficción ha sabido también despertar de su guarida tales horrores. Por ejemplo, la extinción de la humanidad en la novela La amenaza de Andrómeda, de Michael Crichton, donde un patógeno extraterrestre provoca una amenaza a nuestra especie. O un ejemplo del cine: Alien, notable película de Ridley Scott, que combina la ciencia ficción o “ficción especulativa” con el terror más físico, vomitivo y repugnante: una criatura que barre el suelo con la tripulación de una nave de carga espacial en un futuro más o menos remoto.

¿Podemos decir que es el ser humano quien crea sus propios demonios?

A cada instante. Ayer, Satanás y su corte de servidores especializados en “darle su merecido”, acorde con los planes de un creador invisible e intransigente. Luego, la necesidad humana de perpetuarse, de luchar contra la muerte o por lo menos alargar el proceso del deterioro y el fin. Y ahora, la aparición y moda de la “Inteligencia Artificial”. ¿Nos reemplazará, finalmente, un algoritmo sabihondo que nació en un centro de investigación solventado por corporaciones? Todos los días salen a escena voces que la exaltan como la gran aliada del ser humano en la conquista de otro peldaño evolutivo. También están los eternos –y necesarios aguafiestas, en especial, los escritores de CF– que pronostican, una vez más, el fin del sapiens. Su lugar lo tomaría la máquina que es autoconsciente y “mejor” que el primate en todo sentido, por lo que en algún instante lo hará a un lado, esclavizándolo o exterminándolo. Otra pesadilla irresistible.

¿Qué enseñanza deja Mary Shelley con el personaje de Frankenstein?

En literatura no creo que haya lugar para “enseñanzas” o “mensajes” moralizantes. Ni siquiera advertencias sobre nuestra condición falible y los riesgos de nuestras decisiones.  Cada quien buscará en ella sus propias preguntas y respuestas, siempre incompletas y en construcción. Es un mundo alterno al real, plagado de visiones, que convierte los agobios en símbolos de lo que somos y nos inquieta, más allá de cualquier diferencia de tiempo, espacio o cultura. Si algo proyecta esta novela, es nuestra insatisfacción como especie: no queremos estar sometidos a entidades que no se ven por ninguna parte. Necesitamos convertirnos en esas “deidades”, sin límites a nuestras capacidades o sin temores que nos arrojen a la oscuridad de las cavernas.

¿Qué tan lejos está el ser humano de crear un personaje como la criatura de Frankenstein?

No muy lejos. Traduciendo la mirada de una escritora inglesa de inicios del siglo XIX, que se desplazaba en un horizonte psicológico y cultural distinto, los avances en clonación y en la creación de seres humanos mitad biológicos, mitad máquina, ya no son simples elaboraciones de mentes calenturientas. Los dilemas morales y éticos que esto genera se multiplican y debaten ampliamente en países incluso muy cercanos al nuestro. Aquí, esos debates están en paños menores.  ¿Estos avances lo son en realidad?  Eso dependerá siempre del rumbo asumido.

 ¿Cuán revolucionario fue el monstruo de Frankenstein en el siglo XIX?

Demoledoramente revolucionario. Apabullante. Que un médico obsesionado por darle vida a materia orgánica extraída de diversos cuerpos, procedentes de criminales ajusticiados, “arme” una criatura inaudita y le insufle vida a través de la electricidad suponía un golpe directo al marco de creencias tradicionales. Se recibió seguro como un relato fantástico y siniestro, muy imaginativo, aunque no como “ciencia ficción”, pues esta como tal aún no existía. Por otro lado, el monstruo es complejo, atormentado y cruel. Nos conmueve su soledad y fascina el descontrol salvaje de su personalidad, porque también es un humano, aunque abominable. Odia a su padre-dios e intentará vengarse cómo sea, persiguiendo al Dr. Frankenstein hasta los confines del planeta.

¿Qué esquemas rompió Mary Shelley con Frankenstein?

Muchos, pero me quedo con uno. Las bases de lo que llamamos ficción especulativa, ficción científica o, simplemente, ciencia ficción –malísima traducción de un vocablo inglés– fue el invento de una mujer nacida en pleno tránsito de un mundo a otro. Una mujer brillante, contestataria, que reclamaba su espacio como autora en una sociedad donde ella era ciudadana de segundo nivel. Y al margen de la fama de su esposo, el poeta Percy B. Shelley, perpetra un libro modélico y único cuya influencia en la cultura es hasta hoy insuperable.

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