Abogacía en ejercicio
Abogacía en ejercicio
En esta época, vivimos en un mundo cambiante, donde la competencia entre profesionales es cada vez mayor; en nuestro caso, en el ejercicio de la abogacía, las cambiantes reglas de convivencia social responden al modernismo y a la tecnología; muchas cosas han cambiado, aun así nos resistimos al uso y disfrute de las nuevas tecnologías, lo mismo ocurre en lo institucional y, peor aún, en el Estado. La competencia entre los profesionales del derecho ha empujado a no solo quedarnos en el campo teórico que comprende los conocimientos necesarios y básicos, sino a practicar lo aprendido en nuestras actividades, amén de las prácticas preprofesionales obligatorias para los trámites de graduación y titulación; sería complicado habituarse a la carrera sin haber realizado las prácticas necesarias, sea por vocación o por obligación.
Los abogados tenemos como misión la defensa y el asesoramiento de nuestros clientes, esto no sería posible si no estamos debidamente preparados, si no contamos con la suficiente voluntad para tomar un caso y llevarlo adelante; las prácticas realizadas nos servirán, pero será la vocación la que determinará el rumbo y el trayecto de nuestra vida profesional; este nuevo mundo exige cada vez más de los profesionales, el mercado laboral ya no solo exige un título universitario, demanda estudios de postgrado, especializaciones e investigaciones; no basta con ser un excelente profesional, tenemos que acreditar que hemos seguido estudiando y hemos conseguido otros títulos y otros grados; así lo establecen hasta las propias leyes, las cuales -nos guste o no- debemos respetar, “aunque sean imperfectas” en palabras del propio Sócrates.
Indudablemente, las prácticas preprofesionales y profesionales no lo son todo; existen otras herramientas que nos ayudan a ser cada vez mejores en el desempeño de nuestra carrera, estas son las aptitudes que debemos tener; todo abogado debe contar, en primer lugar, con la seguridad y confianza en sí mismo, dedicándose al trabajo con la capacidad intelectual, elaborando documentos que no contengan contradicciones, incluyendo la persuasión para que las partes o las autoridades puedan tomar la decisión justa y correcta; el abogado debe tener disciplina, la misma que forma parte de la personalidad y responsabilidad y que debe aplicarla con su cliente y con las causas que defiende, la disciplina nos ayuda a ser metódicos y organizados en nuestro desempeño; el orden es otra herramienta que nos ayudará a formular adecuadamente nuestras defensas o asesorías, así como la organización de nuestro despacho y la carga laboral; por último, la determinación, esa actitud motivadora y decidida que nos ayuda ejecutar correctamente nuestras acciones, será la que nos lleve a hacer lo correcto, sin salirse de la ley y cumplir fielmente nuestra tarea.
En nuestra noble profesión, la confianza, seguridad, disciplina, voluntad y determinación, son vitales en el ámbito personal, los mismos que podemos llevar al plano laboral; pero, si no estamos preparados y facultados para llevar un caso, mediante el estudio de la legislación, la normativa, la doctrina, la jurisprudencia y la teoría, entonces, poco o nada, nos servirá ser buenos, si no somos útiles, como diría un viejo proverbio persa “No sirve de nada al hombre bueno, ser bueno, si no es útil para con lo que hace”. Si observamos el ejemplo de grandes abogados que dejaron su huella en nuestro país, notaremos que ellos eran hombres lúcidos y cultos, el conocimiento les daba el plus que necesitaban para emprender las más arduas labores, como ejercer la profesión y dar cátedra en las facultades de derecho; podríamos citar muchos ejemplos, sin embargo, a lo que pretendemos llega es a que el abogado debe estar preparado para afrontar cualquier adversidad y los duros desafíos, tanto en el ejercicio de la profesión, como en el largo derrotero que llamamos: la vida.