Davos se ha consagrado como el corazón de la discusión global, donde figuras como Donald Trump y Javier Milei, con sus enfoques disruptivos, cuestionaron intensamente el marco europeo y los organismos internacionales. Destacaron cómo el exceso de regulaciones, la expansión de la cultura “woke” y el intervencionismo estatal representan obstáculos al desarrollo. A su vez, la presidenta Dina Boluarte buscó reivindicar la posición de las economías emergentes, aunque sin la estrategia convincente que demanda el entorno global.
Trump y Milei compartieron no solo un espíritu de disrupción, sino también una crítica al excesivo gasto público. Trump se centró en las ventajas del pragmatismo económico mediante políticas de desregulación y recortes de impuestos, junto con un enfoque proteccionista que favorece la producción local. Relató su experiencia personal en Irlanda, donde enfrentó retrasos significativos por la burocracia de la Unión Europea, un episodio que utilizó para destacar cómo tales obstáculos burocráticos pueden frenar la eficiencia y la productividad. Según Trump, en lo que respecta al mercado de la energía, Estados Unidos no ve límites, advirtiendo que está listo para superar cualquier barrera que restrinja su capacidad de producir y comerciar globalmente.
En otro tono, Milei llevó a cabo una crítica ideológica, tachando a la cultura “woke” como un “cáncer” que socava los valores de libertad individual y responsabilidad fiscal. Promocionó el libre mercado como solución a lo que percibe como una crisis moral y económica en Occidente, usando a Argentina como modelo de gestión fiscal responsable, lucha contra la inflación y defensa de la apertura comercial. Es importante destacar que Milei utilizó el foro para mencionar su alianza con figuras globales como Elon Musk, Giorgia Meloni, Bukele, Orbán y Netanyahu, enfatizando la defensa conjunta de la libertad.
En cambio, Dina Boluarte, como presidenta de Perú, adoptó un enfoque técnico, destacando los avances nacionales en infraestructura educativa y transparencia gubernamental. A pesar de que su presencia era vital para representar a Perú, su intervención no logró articular una narrativa estratégica potente, evidenciando cómo las economías en desarrollo pueden verse opacadas en foros internacionales por voces más disruptivas. Además, su gestión de la comunicación con los medios ha enfrentado enormes dificultades, afectando la percepción pública de su liderazgo desde el último cambio de premier.
El diálogo en Davos nos muestra la imperante necesidad de un liderazgo innovador que, además de cuestionar los paradigmas obsoletos, despliegue una visión clara y estratégica. Para naciones en desarrollo como Perú, surge una enseñanza crucial: disponer de recursos y avances técnicos es insuficiente sin una comunicación efectiva que conecte las prioridades nacionales con las mundiales.
En la era actual, la narrativa de los líderes debe inspirar confianza y movilizar. Esto implica una misión clara, la habilidad para simplificar la complejidad y el uso estratégico de valores compartidos como la libertad, la sostenibilidad y la cooperación. Sumado a esto, la capacidad para forjar alianzas más allá de las ideologías resulta clave para abordar de forma efectiva los desafíos globales.
En Davos, se hizo evidente que el liderazgo mundial debe ir más allá de la polarización y los aspectos técnicos: necesita unificar valentía, pragmatismo y una visión a largo plazo. Perú, junto a otras economías emergentes, enfrenta el reto de redefinir su imagen internacional, aprovechando sus fortalezas en sectores como la minería y la agroindustria, para esbozar un relato que haga eco en el contexto actual.
Como bien apuntó Séneca: “No hay viento favorable para quien no sabe a dónde va”. En un mundo en transformación, el futuro será de aquellos líderes capaces de traducir sus ideales en acciones que promuevan el desarrollo con equidad global.

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