Dina Boluarte debe renunciar

Dina Boluarte debe renunciar

Dina Boluarte debe renunciar, por incapaz y hasta peligrosa. Ella posee una personalidad presidencial absolutamente unidimensional, y cualquier programa de “gobierno” deviene en unilineal y posterior a su “falsa necesidad” de permanecer en la silla. Herbert Marcuse le otorgaría un “encefalograma plano”. Asumámoslo: la mujer está enajenada, y atornillada. Tiene el mal irreversible de haber perdido la mirada y, con ello, la perspectiva de la promesa de la vida peruana. El Perú le es invisible, por la historiografía de Jorge Basadre, e incluso por otras teorías conocimiento. A estas alturas, nuestro historiador le estaría buscando un lugar entre “los podridos”, “los congelados”, “los incendiados” y, en general, entre todos los enemigos de la sociedad. Por ahora, a Boluarte no le conviene entender el sentido de la protesta social, pues incluye su cabeza. El petitorio de la protesta es muy claro, e incluye tres puntos: la renuncia de Boluarte, la asamblea constituyente, y la libertad de Pedro Castillo. Puntualmente, lo primero y lo segundo es posible y depende de la presidenta, y lo tercero es imposible. Hasta hoy, y sólo hasta hoy, ella ha resistido a conceder alguno de los dos pedidos posibles: su propia renuncia y, al menos, la convocatoria a un referéndum para votar la posibilidad de llevar a cabo una asamblea constituyente. Este artículo propone que seamos estratégicos, que nos adelantemos: Boluarte no va a conceder su renuncia; por tanto, si algo va a conceder es el referéndum para consultar la convocatoria a una asamblea constituyente.

Asumamos algo más: la presidenta es peligrosa.

La renuncia de Boluarte traería abajo una de las banderas principales de la protesta. Se trata de ver comprender la protesta, y no sólo de ver su parte defectiva. Los supuestos de la intromisión del neosenderismo, de la minería ilegal y del narcotráfico pueden ser reales, pero más reales son los 500 años de crisis cultural del Perú. No podemos mirar a estos peruanos como los españoles a los indios del siglo XVI. Lo que han hecho Castillo, Cerrón, Torres Vásquez por año y medio es tocar las cicatrices del Perú. Boluarte no puede ser una buena presidenta cuando los muertos llegan a casi medio centenar. En un año y medio que duraría su gobierno, el Perú se convertiría en un cementerio. Por otro lado, quienes se oponen a que renuncie lo hacen por razones prácticas, por estrategia política. Los puneños de las protestas son nuestros antiguos mitimaes, se van a seguir inmolando. Las protestas no van a parar, y los muertos tampoco. Esta protesta podría llegar a tener hasta tres olas: la primera de carácter nacional y de duración corta; la segunda, que es la actual, de carácter regional y de duración intermedia; y hasta una tercera, de carácter nacional y de duración larga. Precisamente, una próxima ola podría producir la reedición de los cuatro suyos. La política aún puede controlar este movimiento social, pues éste aún tiene el carácter de cultural, de comunal, de auto organización, y hasta de espontáneo. El más grande estratega político es Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, nos previene: “Hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas”. En nuestro caso, la protesta social contiene siglos. Por demás, en el Perú, la calle siempre ha derrotado a los gobiernos. La presidenta ya perdió, pero el Perú aún no. Dina Boluarte no va a terminar su periodo de gobierno. Estoy convencido: debe renunciar, de inmediato.