El monstruo de Kafka
El monstruo de Kafka
En “El Proceso” (Kafka), Joseph K. es sorprendido una mañana por varios hombres que le informan que se le ha iniciado un proceso. Ha sido imputado de un delito, pero no sabe cuál. Su vida se torna en un infierno, es un laberinto sin salida. No hay reglas de juego, no sabe de qué defenderse ni conoce a qué instancias acudir. La injusticia de tribunales que se desnudan ante él es tan compleja como incomprensible. El monstruo burocrático es una fuerza que lo supera. Es una pesadilla que toca lo absurdo.
En la edición póstuma de Schocken Books en 1945 (Nueva York) se interpretó como una lucha entre el individuo y el poder, otros solo la conocieron como una obra desarticulada. En realidad, era difícil saber qué nos quería decir el autor, que entregó a Max Brod, su amigo, el manuscrito que este no supo ordenar en capítulos secuenciales. Pareciera que la tarea a la que se había empeñado Kafka era la de crear una obra inédita cuya creación debería morir con él. Una observación atenta nos descubre demasiados códigos que nos remiten a Raskolnikov de “Crimen y castigo” (Dovstoievski). La perspectiva de ser una obra inacabada que su autor hubiera podido ordenar y consolidar con claridad ha alejado a muchos editores y lectores, nadie quiere una “novela infinita”, al decir de Brod.
Ese monstruo que Kafka diseñó a la medida de sus miedos, no era la vulnerabilidad del individuo frente al Estado. En realidad la historia desalineada nos remite siempre a “Crimen y castigo” porque a su protagonista también lo carcome la culpa, aunque una más sutil y desapercibida para el lector. Raskolnikov llama a su propio ajusticiamiento. No es, desde luego, un plagio parcial sino una referencia bien estructurada a un tema que siempre asedió a Kafka.
Dostoievski puede ser el autor que más ha explotado la psicología en la ficción, pero Kafka nos reta a interpretar su entreverada obra desde una culpa indefinida, no tipificada, que lo angustia y que es tangible en una carta que escribió en 1920: “La vieja culpa del hombre consiste en el reproche que formula y en que reincide, de haber sido él la víctima del pecado original”. “El proceso” nos sitúa en el laberinto de una expiación religiosa. Cualquier lectura entrelíneas como esta es un salto al vacío; lo es también un libro sin señal, sin esperanza, sin redención, sin final.