El político performer
El político performer
Hugo Blanco es el caso paradigmático de un político como performer. Vivió, murió, y pasó a la historia por sus máscaras. Su antifaz más importante, y sincero, fue el del indígena “arguediano”. El mismo José María Arguedas asumió la tarea urgente de decírselo, en la carta que le envía a la isla El Frontón: “Quizá habrás leído mi novela Los ríos profundos… En ese libro… Esos piojosos diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas, hombres despreciados por las mismas comunidades, esos, en la novela, invaden la ciudad de Abancay sin temer a la metralla y a las balas, venciéndolas… ¿Y después hermano? ¿No fuiste tú, tú mismo quien encabezó a esos “pulguientos” indios de hacienda, de los pisoteados el más pisoteado hombre de nuestro pueblo? ¿de los asnos y los perros, el más azotado, el escupido con el más sucio escupitajo?”. Blanco, aunque foucaultiano inconsciente, asumió que él es un performer y que su vida en sí misma es un performance. Se enmascaró, o mimetizó, hasta el absoluto: El misti urbano se convirtió en campesino indio, por el lenguaje y por la ropa. Por eso, devino en el performer de una sola máscara y de un solo acto. Aunque ensayó otras representaciones, como el trotskista y el post extractivista, estos performances fueron secundarios. La verdad histórica y la consecuencia moral de la lucha contra el poder oligárquico resignificadas en su historia de vida devienen en narrativas absolutamente construidas. Blanco siempre tuvo la suerte de que sus diversos performances sean promovidos. Tanto que, al comienzo y al final de su vida, encontró en sus propios detractores a los principales promotores de su carrera performática. Una y otra vez: en su estreno, en 1961, Pedro Beltrán a través del diario La Prensa lo presenta sobrevalorado, lo hace romper los estándares de su tiempo, y lo convierte en mito vivo; y, a su muerte, en el 2023, cierta derecha lo presenta como terrorista, asesino, pero el efecto social es inverso y lo convierte en mito redivivo.
La última obra sobre él, es el documental “Hugo Blanco, río profundo”, que representa el retorno arguediano y foucaultiano del personaje como una trama recurrente en la reconstrucción ética y estética de sí mismo. Por supuesto, también fue la reactualización de nuestro debate más significativo: el gran proceso cultural originado por la reforma agraria en nuestros últimos cincuenta años. Él, sus panegiristas y sus detractores, han hecho de su historia de vida una obra de arte, una performática histérica. No obstante, debe quedar escrito el imperativo de salvaguardar la verdad histórica, y no la performática histórica. Con esa finalidad, he entrevistado a Gerardo Benavides Caldas, viejo profesor sanmarquino y enciclopedia viva de la historia de la izquierda peruana, acerca del hecho concreto de la muerte del guardia civil en el puesto policial de Pucyura, el 13 de noviembre de 1962. Benavides me autoriza a escribir que un integrante de la brigada Remigio Huamán y partícipe del acontecimiento, estando ambos en prisión, le contó que Hugo Blanco no mató al guardia civil Hernán Briceño, que la escena del golpe de barreta en el cráneo es falsa, y que –en verdad– el autor del disparo al guardia civil Hernán Briceño fue un tal Pedro Candela. Finalmente, Hugo Blanco fue un político performer, que, por la reforma agraria, su obra artística más importante y moderna, hizo avanzar la historia del Perú.
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