El triste oro del ocaso

El triste oro del ocaso

¿Qué es la poesía? Borges respondió: “Ver en el día o en el año un símbolo/ de los días del hombre y de sus años, / convertir el ultraje de los años/ en una música, un rumor y un símbolo, / ver en la muerte el sueño, en el ocaso/ un triste oro, tal es la poesía/ que es inmortal y pobre. La poesía/ vuelve como la aurora y el ocaso.” Y Martín Adán también lo hizo: “Poesía, mano vacía…/ Poesía, mano empuñada/ Por furor para con su nada/ Ante atroz tesoro del Día…/ Poesía se está defuera:/ Poesía es una quimera…/ ¡A la vez a la voz y al dios! / Poesía no dice nada:/ Poesía se está, callada, / Escuchando su propia voz.” Hace algunos siglos, Gustavo Adolfo Becker le contestó a una muchacha la misma pregunta: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas/ en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía… eres tú.”

La poesía es de todos y de nadie, afirmaba Octavio Paz. Borges tituló así: Todos y nadie ( Everything and nothing ) un texto sobre Shakespeare en el que escribió que antes o después de morir, el gran escritor universal que había dado vida a tantos personajes se supo frente a Dios y le dijo: “ Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo”. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: “Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estas tú, que como yo eres muchos y nadie”. De todos y nadie. Por eso Paz concluía “La poesía es la memoria de los pueblos, la memoria secreta de cada quien.”

El triste oro del ocaso es, creo, una metáfora esencial para definir la poesía. Porque en el ocaso hay seres y cosas que brillan más. Esa lenta convergencia entre la luz y la sombra, prefigura un escenario dual pero a la vez único: vida y muerte compartiendo sus quimeras y terrores, sus primeras y sus últimas palabras. Y es triste porque la vida es triste, el mundo es triste y todas nuestras creaciones tienen un inevitable halo de tristeza.

El poeta José Emilio Pacheco al referirse a su oficio escribió: “…risible variedad de la neurosis, / precio que algunos pagan
por no saber vivir.” Y Juan Gelman dijo sobre lo mismo: “Todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.”

Alternativa o consuelo de los locos, no sé en el fondo por qué, la poesía parece muchas veces un desvarío, una alucinación, una psicosis que habla por sí misma. Sin embargo, Enrique Lihn, lo relaciona con el exacto ajedrez, sin perder esa perspectiva del delirio: “Se juega al ajedrez con las palabras…/Muerte, locura y sueño son otras tantas piezas/ de marfil y de cuerno o lo que fuere;/ lo importante es moverlas en el jardín a cuadros/ de manera que el peón que baila con la reina/ no le perdone el menor paso en falso.” Porque es el jaque mate, Georgie, el jaque mate.

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