Esperando a Godot

Esperando a Godot

Esperando a Godot, la obra cumbre de Samuel Becket, premio nobel de Literatura, es la que caracteriza el llamado Teatro del Absurdo. Su estreno en 1955 en una sala londinense, fue un fracaso rotundo. La mitad de los asistentes se marchó en el intermedio y es anécdota conocida que en el pasaje en el que Estragon le pregunta a Vladimir si no tiene un trozo de cuerda para ahorcarse, algunos espectadores gritaron: “Denle la cuerda, por favor”. Y es que los dos protagonistas –un par de vagabundos sin oficio ni beneficio– esperan a Godot y organizan su pobre existencia en esa espera. Godot nunca llegará, pero estará allí con su omnímoda presencia simbolizando lo que la absurda vida significa para esos peregrinos de la nada hacia la nada.
La obra de Becket es profundamente pesimista, no sólo por su desesperanza sino por su vaciedad: nada pasa, todo se repite y se repite revelando que esas dos vidas sobre las tablas no sólo no tienen consciencia de sí mismas sino son inútiles por su sinsentido y fugacidad. Estragon y Vladimir ni siquiera sufren porque para sufrir hay que dolerse de algo o de alguien. Becket, ese extrañísimo escritor que recordaba vívidamente las indecibles penurias de su vida intrauterina, imagina una espera interminable y un visitante inexistente para expresar lo que él cree que es la vida: una realidad sin esperanza, sin amor, sin nada que no sea el absurdo, el vacío, la ausencia infinita.
La gran guerra y sus inauditas barbaridades desnudó al hombre del siglo XX Los millones de muertos en los campos de batalla, las ciudades arrasadas, los hornos crepitando con casi todo un pueblo adentro, la vitoreada locura de dictadores innombrables sumió al mundo en el silencio, tal vez no de la desesperación, pero sí del absurdo, del desconcierto. El existencialismo histórico y la obra de Becket, entre otras manifestaciones humanas, lo revelaron.
Pero el hombre resiste ante la muerte. Esperando a Godot, fue bien recibida en París y fue un éxito de crítica y de público. El teatro del absurdo había nacido. La soledad de las muchedumbres le hacía un lugar en su imaginario y Estragon y Vladimir fueron comprendidos por jóvenes y viejos que, al margen de sus peculiaridades y sus instintos, se identificaron en ellos y comprendieron el lenguaje onírico o subliminal de los parlamentos de la obra de Becket.
Estragon puede decir en voz baja lo que decía Vallejo: “Hasta cuándo la duda nos brindará blasones/ por haber padecido.” Y Vladimir responderle: “Ya nos hemos sentado/ mucho a la mesa, con la amargura de un niño/ que a media noche, llora de hambre, desvelado...” Y ambos escuchar esa voz en off que no conocen, pero sí recuerdan: “Hasta cuándo estaremos esperando lo que/ no se nos debe…”
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