Exceso de soberbia y déficit de humildad
Exceso de soberbia y déficit de humildad
Faltan dos años para el cambio de gobierno y aproximadamente año y medio para las elecciones generales, en que elegiremos plancha presidencial, esto es, a quien vaya a ejercer la Presidencia con dos vicepresidentes, así como a los integrantes del próximo Congreso, que después de algo más de treinta años será bicameral, es decir, con Cámara de Diputados y Senado de la República.
Como el tiempo vuela y se supone que no se quiere repetir el resultado espeluznante de las elecciones del 2021, con autoridades electorales cuestionadas (no todas, por cierto) y con el centro político muy dividido, hasta diríamos tugurizado, todo lo cual favoreció el triunfo del peor candidato y de su pésimo equipo gubernamental, es conveniente que se hagan algunas reflexiones para que no se repitan los desaciertos.
Lo primero que tenemos que cuestionar es el enorme número de partidos políticos que probablemente estarán en competencia, algo más de cuatro decenas, si es que no hay alianzas. Y no me digan que todos ellos tienen definida ideología política, pues ni en sueños hay siquiera la cuarta parte.
También tenemos que criticar la falta de voluntad para hacer alianzas, si es que no fusiones, y ello debido a los egos de quienes se sienten los líderes de la agrupación política que los cobija, con mucha soberbia y déficit de humildad y vocación de entrega a la patria.
Lamentablemente, las modificaciones a la normatividad electoral que se hicieron durante el repudiado gobierno de Vizcarra consiguieron que solo se requiriera de aproximadamente 25,000 firmas para la inscripción o reinscripción de partidos políticos, pero la gran mayoría de los firmantes no se percató de que se firmaba para ser militante y no simple ciudadano que expresaba su voluntad de existencia del partido para el cual firmaba.
Felizmente, para el futuro ya se ha subsanado tal barbaridad y se requerirán como 700,000 firmas, pero solo de respaldo, no necesariamente militantes.
Tenemos también que distinguir a los partidos políticos serios, de gran raigambre, solera, seguimiento ciudadano y prestigio, tanto antiguos como nuevos, de los que son solo fachada, sin pensamiento político, aunque con muchas ganas de servir de vientres de alquiler, para que algún aventurero de la política lo tome en préstamo, arrendamiento o en propiedad, para que sirva de instrumento y vehículo para sus aspiraciones y sueños presidenciales, creyendo que con ello escalan posiciones pero olvidando que los cargos públicos son para servir a los ciudadanos y no para servirse de ellos.
El ciudadano común y corriente tiene tiempo para saber quiénes son y qué piensan los presuntos candidatos, para luego no ser sorprendidos. El voto no es juego, tiene que ser razonado, estudiando los antecedentes del o de los candidatos de su preferencia, así como sus programas de gobierno, que deben ser realizables y no ilusos. Además, con mucho cuidado de los que ofrecen cambio de Constitución, cuando la que nos rige ha servido por lo menos para tres décadas de crecimiento, que si bien no parejo, es crecimiento al fin.
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