Frustrante tendencia fatalista
Frustrante tendencia fatalista
Escuchando a los modernos augures fomentando el desánimo nacional cuando nos enfrentamos a grandes desafíos que nos ofrecen la posibilidad de crecer como país en todos los ámbitos, me viene a la memoria la misma cantaleta, sostenida por los mismos actores, cuando el Perú enfrentaba el dilema de abrirse o no a los tratados de libre comercio que debían negociarse con los países desarrollados. Los argumentos eran los mismos: los países industrializados pulverizarían nuestra precaria economía, inundarían nuestro mercado interno con sus industrializados bienes y servicios, explotarían impunemente nuestros recursos naturales y nos sumirían en una mayor pobreza, pues en ese entonces nuestro país ni contaba con una economía competitiva ni con tecnología aplicada a nuestros procesos productivos en industria, comercio y producción agropecuaria.
Y sí, pues, no teníamos nada en esos rubros, pero teníamos a una población que aprende rápido, que sabe competir y que se inserta fácilmente en procesos de apertura de brechas favorables en cualquier mercado. El resultado fue extraordinario porque recibimos tecnología con bienes y servicios que venían de los países industrializados, aprendimos procesos tecnológicos para el ámbito agroexportador desde la siembra, cosecha y envase, incrementamos nuestra producción frente a la gran demanda de países con enormes masas de consumidores, nuestra balanza comercial creció y sus resultados nos eran muy favorables, tanto que macroeconómicamente comenzamos a construir una estabilidad que nos ha convertido hoy en la economía más sólida de la región, teniendo ya la capacidad para que las entidades del Estado y los inversionistas privados celebren con empresarios de países altamente industrializados acuerdos tanto de comercio como de producción, promoviendo así la llegada de grandes capitales y generación de trabajo, potenciando nuestro mercado interno con los emprendedores que surgieron en todos los ámbitos de la economía nacional.
Los agoreros del ayer fueron completamente derrotados porque comprobaron que nuestro país, sin tener casi nada, con la calidad y voluntad de su gente, lo hizo todo. A tal punto llegamos que ya nadie cuestiona la celebración de un tratado de libre comercio. Sin embargo, olvidando ese episodio y gesta histórica para el país, ahora que con el puerto de Chancay nos hemos convertido en el núcleo central del comercio con los países del Asia-Pacífico, con miles de millones de consumidores, otra vez los agoreros han comenzado a dudar de nuestras capacidades. Ya sabemos que no tenemos dirigentes previsores, pero no por eso vamos a renunciar a esta gran oportunidad sabiendo que estamos acostumbrados a completar los procesos en el camino. No dudamos que se trabajará en más infraestructura, en mayores y más grandes vías de comunicación con otros países, que se ampliará nuestra estructura productiva y exportadora, y que la creatividad de nuestra gente hará que los beneficios se incrementen. Solo tenemos que atrevernos, así como se atrevió el que soñó con el puerto de Chancay y ahora ve que su sueño es una realidad.
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