Futurología

Futurología

Lo posible, lo probable y lo preferible, quizás las tres palabras engloben todo el estudio sobre el futuro, para esos menesteres suelo ser muy malo. Vale decir, había encontrado el trabajo de los sueños y aquella tarde del verano de 2015 firmado un contrato por plazo indeterminado, uno que se extendía al infinito tras años de contratos. La tarde era cuadrada como la felicidad perfecta, hasta que cuatro meses después me llamaron a renunciar. Posible sí, probable ya no tanto y preferible en lo absoluto. El abismo no es el espejismo que creemos.

En 2019 el trabajo ideal, lo preferible sin presagiar lo que había de venir un año después, solo con parangón en las películas de zombis y desastres, una pandemia, una que nos encerraría azorados a la vista de filas interminables de balones de oxígeno disputados por cientos de personas boqueando el aire espeso y escaso, bolsas negras cubriendo las tardes de crespones oscuros. Inimaginable y fuera de lugar en los estudios FODA de fin de año de las empresas. 2020, un anticipo de un año con nuevas olas pandémicas y una elección bicentenaria que nos llevaría a pasajes oscuros, un preludio aparente del Perú convertido en la Venezuela chavista, un paisaje regional de miedo con América Latina como tenaza y al borde de la sovietización. Sendero Luminoso dejaría de ser un recuerdo.

2022 fue el año de los escándalos de corrupción con el entramado anterior, el golpe de Pedro Castillo y la maldición de un 2023 que no sería mejor que los años previos. Caos en las calles tomadas, perplejidad y crisis económica, en ese clima los nubarrones de una nueva elección incierta, de antisistemas radicales, de miedo a quedarse.

Definitivamente, Valéry lo tituló bien, “el futuro no es lo que solía ser”. La Historia no es una ciencia porque lo humano es inefable, sinuoso y, en ocasiones, secretamente criminal. Vemos la historia con los ojos del recuerdo y, por tanto, asumimos que el mañana es una continuidad, por tal, Jankélévitch decía que el cerebro es el órgano de la espera y nunca asumimos el cambio. Para los griegos hay un destino, lo llamamos “tragedia”, es lo inexorable más allá de la voluntad, para Maquiavelo es la fortuna, a secas.

¿Qué nos queda entonces? Kierkegaard lo llamaba el “salto a la fe”. Lo inmutable, la certeza de lo que trasciende, la heroica lucha contra la fuerza de gravedad.