Justicia y paz…
Justicia y paz…
En las aulas universitarias, en los cursos de Derecho, nos enseñaron de manera incansable que el fin esencial del sistema jurídico es garantizar la coexistencia pacífica dentro de un marco idóneo de justicia.
Justicia y paz social es, entonces, el objetivo del Derecho que se desenvuelve en dos escenarios: el puramente normativo, con su jerarquía piramidal en cuya cúspide se halla la Constitución; y las decisiones jurisdiccionales que, en el curso de un proceso para solucionar una situación de conflicto alteradora de la paz social, dictan sus sentencias interpretando el texto normativo.
No pretende ésta ser una elucubración jurídica, sino un ingreso a nuestro cristianismo, cuyo inicio celebramos con la Navidad, recordando el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo y la nueva prédica impulsada por el apóstol Pablo sobre la Ley y la Gracia como caminos hacia un reino de Justicia y Paz ofrecido por el Creador, en donde la vida eterna se desenvuelve también sobre una plataforma eterna de Bien.
El cumplimiento de la ley, mosaica en este caso, por sí solo no era garantía de integración de la humanidad con Dios, por cuya razón existía un velo que separaba a la congregación de la zona del templo a donde solo podía ingresar el sumo sacerdote, previamente purificado. Dios y el hombre se hallaban separados, y la ley no era garantía de salvación, más aún cuando su cumplimiento no iba de la mano con un corazón bondadoso y con la justicia interna de cada individuo. Razón por la cual Jesucristo enrostraba a los fariseos y escribas, cumplidores a plenitud de la ley, el haberse convertido en “sepulcros blanqueados” y depositarios de la más vil hipocresía religiosa.
Era necesario, pues, tender un puente de integración para superar la separación provocada por Adán, pero eso dependía solo de una decisión divina basada en el amor a su creación, lo que se manifestó a través del envío de su Hijo, cuya divinidad tenía que integrarse a la humanidad de los hombres. Motivo por el cual tuvo que ser engendrado por el Espíritu de Dios en una mujer virgen, dentro de la cual, por un misterio extraordinariamente fabuloso, divinidad y humanidad se integraron en un ser que era Dios y Hombre a la vez, cuya misión de bien significaba asumir el cruel sufrimiento del mal hasta la muerte, para dejar allí la maldad del mundo y resucitar en toda su divinidad.
Entiendo que, por tal razón, Jesucristo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie viene al Padre sino por mí”, pues evidentemente fue el único ser con las dos naturalezas en una, sin ninguna afectación de mal.
Eso explicaría que, al morir en la Cruz, el velo del templo se rasgó y desapareció la separación entre Dios y el hombre, porque ya teníamos el camino de la Gracia sustentada en la Fe. Pues el corazón es para santidad, pero la palabra es para salvación. ¡Feliz Navidad!
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