La historia frente a Alberto Fujimori
La historia frente a Alberto Fujimori
Cuando en 1971, Henry Kissinger, secretario de Estado de Estados Unidos, preparaba la histórica visita de Richard Nixon a China, le preguntó a su par Zhou Enlai si tenía un balance de la Revolución Francesa (1789). La respuesta de Zhou dejó perplejo a Kissinger: “es muy temprano para saberlo”. La máxima de Zhou se aplica contundentemente al caso del expresidente constitucional Alberto Fujimori, fallecido la última semana. No es posible hacer un balance objetivo de su mandato entre 1990 y 2000 sin que simpatizantes lo crean un santo o un prócer y sus detractores un demonio, dictador y genocida. No hay forma en que estos dos grupos se pongan de acuerdo, sobre todo viniendo de los caviares agrupados en una “élite” pseudo cultural y pseudo artística que creen tener la última palabra en materia de ética, moral y cultura. Creo que todavía pasará por lo menos una generación para que la figura de Fujimori y su legado sea objetivamente considerada por los historiadores, ya libre de prejuicios y consignas que el tiempo va borrando a medida que las generaciones que vivieron su régimen y su condena vayan saliendo de escena.
Un ejemplo claro es el de otro expresidente constitucional como Augusto B. Leguía. Leguía transformó el Perú de los años 20 del siglo pasado y las razones que lo llevaron al derrocamiento, encierro y muerte en la cárcel (pesando 20 kilos) hoy han pasado a segundo plano, quedando de relieve la gran obra que hizo. Como Fujimori, Leguía hizo cambios estructurales en el Perú. La corrupción de su gobierno, que al principio de su caída fuera el principal acicate para deslegitimar su régimen, se perdió en la memoria. Lo mismo sucederá con el estilo de gobierno de Alberto Fujimori. La corrupción ha existido siempre que ha habido poder y se ha convertido en la historia en una herramienta de gobierno. “L’huile d’argent” a la que se refería el cardenal Richelieu cuando quería corromper a algún aristócrata arisco o a un miembro del parlamento de París no lo han convertido en un villano de la historia de Francia con estatuas incluidas. Ni qué decir de su sucesor, el cardenal Mazarino, amante de la reina Ana de Austria y preceptor de Luis XIV, benefició constantemente a sus sobrinas, a las que prodigó palacios y obras de arte. De eso nadie habla hoy en Francia y sí de la importancia del gran cardenal promotor de la monarquía absoluta y de la razón de Estado. Fujimori, a través de Montesinos, usaron la corrupción como fórmula de gobierno. En algunos casos dio resultados y en otros no. Pero los hechos positivos terminarán tarde o temprano haciendo valorar su gobierno rupturista de otra forma.
Por lo pronto es objetivo que Fujimori llegó a la política en olor a multitud y se fue de igual forma. Tres kilómetros de peruanos sencillos le fueron a rendir honores y respeto durante dos días, además de convocar a su velorio a tirios y troyanos, incluso a los que se opusieron a su régimen en los 90. Mientras tanto, en esa burbuja desproporcionada que son las redes sociales, el odio se ceba en el difunto, su familia y su partido. Veamos qué dirá la historia en 25 años cuando ya no estemos nosotros.
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