A los diez años, papá me dijo que Huancayo era tierra de artistas y no le creí por el simple hecho de querer contradecirlo. Lo cierto era que hablar de arte siempre se convertía en una discusión muy subjetiva, y mencionar nombres era aún mucho más complejo en esas épocas en que no teníamos internet para googlear o para consultar a Chat GPT. Apenas nos teníamos a nosotros y eso era insuficiente ante cualquier afirmación tajante de un padre en los años noventa.

Ese año viajé por primera vez a Huancayo en la camioneta de papá y durante todo el camino me explicó detalle por detalle los artistas que él había conocido. Habló de la Flor Pucarina, del Picaflor de los Andes y de Zenobio Dagha, y enumeró una serie de temas que jamás había escuchado a esa edad. Y no fue solo eso. Alguna vez vio una pintura de Guillermo Guzmán Manzaneda y desde entonces lo recordaba y hablaba como si fuera un experto en el tema. Y, claro, se enorgullecía con esos nombres que eran totalmente ajenos para un niño que recién estaba por terminar la primaria y que poco o nada le interesaba saber sobre ellos.

Ya años más tarde aparecieron otros nombres en diversos momentos que han recuperado el espacio que le pertenece a ese memorable lugar. Para mencionar un caso reciente, Christian Pacheco, una de las figuras más importantes del atletismo peruano, consiguió la medalla de oro para nuestro país en los Juegos panamericanos 2023. La historia ha sido significativa, y aunque ahora Papá ya no esté presente para saber de él, seguro se hubiera puesto muy orgulloso de que se mencionara a su tierra otra vez, sobre todo, en espacios que los medios habían olvidado desde hace mucho y que solo aparecían cuando hacían esfuerzos para relacionar el éxito con lo que ellos llamaban exótico.

Han pasado muchos años desde esa conversación y hoy, a estas horas debemos estar alistando todo para retornar al lugar que él escogió para nosotros y que pareciera confirmar lo cíclica que es la vida. Y por esas casualidades, ahora vamos al encuentro de otro tipo de artistas, Moisés y Antonia, esos que no ganan medallas ni aparecen en las noticias, pero que se presentan en los momentos oportunos, en medio de la nada, para ayudar a los demás. Alguna vez creímos que la vida daba segundas oportunidades y ellos, sin proponérselo, nos lo confirmaron con el arte más humano que pudiera existir.

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