Muerte de un visionario

Muerte de un visionario

Hace unos días murió Julio Cotler, uno de los más serios y rigurosos intelectuales y estudiosos de la realidad peruana que nos quedaba en el Perú de la llamada generación del cincuenta. Murió a la edad de 86 años. Como legado de inevitable lectura y consulta nos dejó una vasta producción científica, siendo la más celebrada y recordada su obra “Clases, estado y nación en el Perú”, publicada en 1978, casi al terminar el ciclo de la última dictadura militar que hemos tenido en el siglo pasado. Se trató del mejor ensayo contemporáneo para entender la estructura de poder en el Perú, desde la configuración de la estructura colonial.

Él fue antropólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y doctor en Sociología por la Universidad de Burdeos, Francia. No solo se desempeñó como un investigador acucioso en el campo de las ciencias sociales, sino que fue un académico que ejerció la docencia en su universidad de origen y en otros importantes centros superiores del mundo. En todos ellos Cotler dejó una estela de discípulos agradecidos que lo recuerdan por su inteligencia y sencillez, además por sus muchos aportes teóricos en el campo de su especialidad.

Uno de ellos, el antropólogo Teófilo Altamirano, lo recuerda de esta manera: “Cada clase suya era un reto y una arenga que nos invitaba a pensar el Perú de manera más global que local. Las clases sintetizaban las transformaciones que la sociedad y cultura peruana experimentaban. Temas como las migraciones internas; el proceso de urbanización; la formación de las barriadas; las relaciones socioeconómicas que experimentaba el Perú en movimiento y sus transformaciones estructurales a nivel local y global. Al final de cada clase los estudiantes salíamos con más preguntas por explicar que respuestas fáciles como aquellas, que una revolución podía resolver los complejos problemas del Perú, sostenida por algunos de mis compañeros de clase”.

En efecto, al investigador le preocupaba mucho el sistema de educación segmentado existente en el país y que no ha cambiado mucho hasta hoy,  así como la inestabilidad social, fruto de la debilidad de las instituciones que representan a los ciudadanos, todo lo cual tiene su máxima expresión en la casi desaparición de los partidos políticos. En vida dirigió el Instituto de Estudios Peruanos, una institución que desde 1964 se dedica al estudio y análisis de la realidad peruana, desde las múltiples aristas que permitan entenderla mejor.

Le preocupó mucho entender la complejidad de nuestro tejido social, que, generalmente, se suele presentar desintegrada. A una pregunta, en una oportunidad, de cuál era aquello que más nos unía a los peruanos, Cotler respondió con agudeza: “Creo que sé mucho más de lo que divide que de lo que unifica. No sé qué unifica. Sinceramente, mira: lo que divide es clase, región, lo étnico, género, educación, ocupación, todas esas vainas. ¿Qué unifica? No hay partidos políticos, no hay sindicatos. Iglesia tampoco.

El politólogo Alberto Vergara dice de Cotler que “fue un intelectual honesto. Nunca opinó para agradar y mucho menos para cabildear un puesto público. No se casó con ninguna teoría ni ideología, sino con una preocupación: el Perú”. “Los resultados de sus investigaciones podían ser mejores o peores, pero siempre estaban destinados a sacudir algún tipo de convención o conformismo. Su relación con el conocimiento era de debate constante”, precisó.

Nosotros lo recordamos por sus frecuentes análisis de muchos de nuestros aspectos de coyuntura. Fue un intelectual que se dejaba oír y a quien se le tomaba en cuenta para comprender la complejidad de nuestra realidad política. Una especie de oráculo permanente, a quien buscaba la prensa en toda circunstancia. Hizo de las entrevistas conferidas una modalidad de análisis social con altura y sabiduría, elevándolo casi al nivel de un nuevo género literario, por su claridad.