Ni olvido ni perdón

Ni olvido ni perdón

El totalitario —según los caviares—, el expresidente Alberto Fujimori, emitió la Ley 26994, que otorgó beneficios complementarios a los terroristas que, por entonces, venían purgando condena conforme a la Ley 26655, también dada por Fujimori. Beneficios que incluían indultos y derechos de gracia. Debido a tales concesiones —ciertamente inoportunas; sobre todo, a nuestro criterio, censurables—, muchos de esos terroristas —favorecidos por Fujimori— salieron a la calle a “defender” al golpista Castillo, usando armas, dinamita y granadas; e hicieron exactamente eso mismo —es decir, quebrar el orden constitucional, apelando a la violencia extrema— cuando la presidenta Dina Boluarte juramentó como mandataria. Y, probablemente, estos mismos terroristas, con sus herederos y/o colegas, volverán a hacer eso mismo cuando resulte electo presidente del Perú algún candidato que no forme parte de la camorra senderista.
Esta ralea —revivida por las hordas del golpista Pedro Castillo (hoy, con toda justicia, prisionero por su gravísimo atentado constitucional; aunque resta iniciar sendos procesos penales por corrupción y, además, delitos perpetrados durante su breve, aunque cleptómana y corrosiva, permanencia en el poder)— destruyó el Estado desde sus entrañas para “construir la patria grande” marxista. ¿Cómo? Por ejemplo, librando de culpas a unos analfabetos ganapanes que fungían de ministros, quienes hoy muy posiblemente estén preparando otra asonada de proporciones tectónicas a nivel nacional, bien sea antes, durante o después de las elecciones del año 2026.
Volviendo a los infames beneficios que concediera Alberto Fujimori a innumerables terroristas —gracias a los cuales, ahora se les ve a estos canallas paseándose libres y con total tranquilidad por calles y plazas con ínfulas de triunfadores—, aprovechando otras concesiones infames. Como ese indigno certificado de buen comportamiento que les concedió el bribón Alejandro Toledo, denominado Informe de la Comisión de la Verdad, acompañado de un museillo que, increíblemente, promovió Mario Vargas Llosa, junto con diversos corifeos caviares y el aplauso de las ONG, tramposamente llamado Museo de la Verdad; aunque, a nuestro criterio, faltó agregarle “y el buen comportamiento de aquellos luchadores sociales injustamente calificados como terroristas por la derecha asesina”.
Siempre es necesario recordar nuestra historia reciente, amable lector. Porque en política —que es el duende que recorre por las entrañas de toda sociedad— la amnesia es uno de los peores enemigos de la democracia. Definitivamente, el olvido es una forma tramposa de perdonar lo imperdonable. Y en cualquier país de gente digna, la traición es un delito sin perdón. ¡Tanto que, en nuestro país, estuvo castigado con pena de muerte hasta los años sesenta del siglo pasado! Consecuentemente, al terrorista —vale decir, aquellos malditos que no sólo procuran la destrucción de la democracia per se, sino que asesinan al ciudadano que se identifique con ella— hay que castigarlo de por vida con el flagelo del desprecio absoluto. Y, por cierto, jamás concederles el olvido ni el perdón por los crímenes de lesa humanidad que hayan perpetrado, bien sea asesinando, hiriendo, aterrorizando o adoctrinando a nuestros compatriotas.
¡Basta de mano blanda con el terrorismo, amable lector! Honremos así a quienes fueron diezmados por esa infecta dupla sendero-mrta.

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