Nos mata la corrupción…
Nos mata la corrupción…
Hace ya bastante tiempo que venimos advirtiendo que el empoderamiento de las organizaciones criminales y su incesante incremento económico, fruto de sus acciones delictivas, podían poner a las instituciones públicas y a muchos miembros o funcionarios de aquellas, frente a un irresistible poder corruptor debido a que la formación en valores en nuestra sociedad y el relativismo ético en nuestros centros educativos, aunado a una extrema debilidad de los sistemas de controles sociales, económicos y funcionales, casi han forjado el sofisma según el cual el que tiene poder tiene que aprovechar su oportunidad para enriquecerse, sin importar el origen de esa fuente de riqueza ni el costo de angustias y sufrimientos ajenos que, a través de esas ganancias, incorpora a su vida. Le pedirán cuentas traducidas en dolorosas circunstancias de vida en lo personal, familiar y social.
Hay una tendencia psicológica a validar la corrupción, minimizando sus efectos, lo que nos ha llevado a estar casi en manos de la criminalidad que ya no compra favores, sino que los impone aplicando a los que se resisten una abyecta y repulsiva eliminación de sus vidas.
En esa perspectiva empezamos a observar nuevamente, como en los años ochenta y noventa del siglo pasado, el involucramiento de policías, militares, políticos y empresarios de todo nivel en relaciones criminales, como autores, coautores o cómplices.
Se producen desapariciones de niñas y hasta de mujeres mayores de edad en un escenario lleno de feminicidios y trata de personas, ante las cuales las autoridades no reaccionan ni con prontitud ni con eficacia, apareciendo en muchos casos solo para mostrarnos cadáveres mutilados o cuerpos violentados tirados sin vida en cualquier basural, provocando una enorme frustración ciudadana con la irreversible desconfianza social.
Un suboficial de la policía asesina a una jovencita y la descuartiza, asesino este que ya tenía antecedentes de violación, a pesar de lo cual su institución lo mantenía en funciones, para luego ser ubicado en el cuarto de un hotel, donde presuntamente se habría suicidado, en donde sus colegas policiales destruyeron el escenario actuando en desorden, sin criterio técnico y sin la presencia de un fiscal, dando lugar a que aparezcan indicadores que generan graves sospechas de que algo más se está encubriendo.
Un soldado del Ejército denuncia a su comandante por sustracción ilegal de gasolina, y no sabemos qué fue del soldado, del comandante y de la investigación.
Políticos y empresarios se hallan envueltos en investigaciones por coimas y lavado de activos, presuntamente cometidos en tiempos desde los cuales parecen haber pasado siglos sin que el sistema de justicia resuelva en definitiva si tienen o no alguna responsabilidad penal.
Ahora nos enteramos de la detención de un teniente del Ejército, quien presuntamente proveía de armas y miles de municiones a organizaciones criminales de Ecuador y Colombia.
El hecho es que la delincuencia está allí, creciendo día a día igual que la corrupción, pero ¿dónde está el Estado?
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