El paro nacional que convocaron, para el jueves que pasó, la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP) y el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación del Perú (SUTEP), no pasó de ser un modesto intento de sumarse a las movilizaciones que les antecedieron en Lima y, sobre todo, en las regiones del sur del país, caracterizadas, estas últimas, por haber sido violentas, agresivas e intimidatorias para la población que, en su inmensa mayoría, prefiere vivir en paz.

En una que otra ciudad del territorio nacional, salvo las de Puno, el paro convocado por las otrora poderosas centrales sindicales, despertó la adhesión de sus militantes, quienes desfilaron por las calles portando inmensas banderolas y creando estribillos ya conocidos que exigían la renuncia de la presidente Boluarte, el cierre del Congreso y adelanto de las elecciones generales. En Puno y Madre de Dios, los activistas mostraron, por su parte, la beligerancia en sus actos y la provocación a las fuerzas del orden, que se mantuvieron alertas.

Las manifestaciones que se produjeron, luego del fracasado golpe del expresidente Pedro Castillo, hoy recluido, por ese delito, en el penal de Barbadillo, han traído consigo ingentes pérdidas económicas para el país, además de dolorosas decenas de muertes que bien pudieron evitarse de no ser por la acción azuzadora de algunos activistas de la violencia por capturar aeropuertos o bloquear puntos estratégicos de las carreteras nacionales, perjudicando a la población más vulnerable.

Detrás de esas manifestaciones, es cierto, existen justas demandas sociales de los pueblos, desatendidas por gobiernos indolentes a lo largo de nuestra historia republicana. Pueblos en abandono, necesidades insatisfechas, pobreza, malestar, indignación, incubadas en el tiempo y que afloran en situaciones como las que vivimos, con el riesgo de que también, puedan ser presas de manipulación por intereses de todo tipo.
Por ejemplo, según una información reciente de la Contraloría General de la República, no obstante sufrir un notable déficit de infraestructura en el país, tenemos, en la actualidad, mil 879 obras paralizadas en el territorio nacional, por un monto que supera los 21 mil millones de soles, de los cuales faltan ejecutar más de diez mil millones de soles al 31 de diciembre de 2022. La mayor parte de estas obras están en los gobiernos locales. “Los departamentos que concentran el mayor número de inversiones paralizadas son Cusco (288), Puno (232), Piura (114), Cajamarca (113) y Áncash (110), señala el informe.

En medio de esta crisis de ribetes sombríos que padecemos, no podemos dejar de mencionar, sin embargo, un hecho que ocurrió esta semana. Se trata de la incorporación de nuestro Nobel, Mario Vargas Llosa, a la Academia Francesa, siendo el único aceptado, sin haber publicado una obra en idioma francés. El reconocimiento a su prolífica producción intelectual es de tal envergadura que nos debe llenar de orgullo, aun cuando muchos podamos disentir de su manera de pensar políticamente. En la ocasión, Vargas Llosa aprovechó para agradecer a Francia que lo ayudó a sentirse “un escritor peruano y latinoamericano”. “Gracias a Francia descubrí la otra cara de América Latina, los problemas comunes a todos sus países, la horrible herencia de los golpes militares y del subdesarrollo, la guerrilla y los sueños compartidos de liberación”, señaló nuestro Nobel, en emocionado discurso en la sede del Instituto Francés y vestido con el tradicional traje bordado con hojas de olivo.

Mario Vargas Llosa ya es parte, desde el jueves de esta semana, de los llamados “inmortales, nombre con el que se denomina a los miembros de esta institución francesa, fundada en 1635 por Richelieu. Esta incorporación ha sido celebrada por el mundo intelectual, aquí y fuera de nuestras fronteras. Ahora, el escritor arequipeño de 86 años, ocupará el sillón número 18 de la Academia, el mismo que será exclusivamente suyo hasta su muerte. Por lo menos una luz en el camino.

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