¿Qué es el derecho?

¿Qué es el derecho?

Para responder esta pregunta, es necesario despojarnos de aquello que colude contra la naturaleza del derecho, es decir, la subjetividad –hoy debemos llamarla prejuicio o ideología–que es la grieta para creerlo como se quiera, casi a la carta, olvidando sin reparos, que el derecho no es –eso es realmente muy cómodo–, sino lo que realmente es. Si el derecho, que es una ciencia social, porque el hombre es su objeto central en la vida de relación con los demás, fuera lo que nos antojamos, entonces solo sería un vil instrumento al servicio de los intereses individuales y del capricho, cuando lo excelso del derecho, es que yace al servicio de la sociedad, que lo cuenta como su mayor instrumento de regulación del pacto social, siempre pensando en la justicia como su fin último. De allí que, si el derecho no persigue la justicia, advierto, entonces, que terminará consumado como un vil instrumento del poder y ya sabemos que el pueblo, que lo cuenta por antonomasia, entra en ira cuando el derecho se aleja del verdadero poder por los demás.

Ahora, bien, el derecho jamás es lo que nos convenga. Nada de eso. Para comprender al derecho en su exacta dimensión, hay que circunscribir nuestras acciones de la vida social a sus métodos –los que no lo hacen casi siempre quedan desbordados, yacen envueltos en la febrilidad de sus necios objetivos y hasta lo creen correcto–, el único camino para crearlo son sus fuentes, la génesis para producir el derecho serio y garantista, y solamente así obtendremos el derecho que es, o que debe ser, y no el derecho que quiero que sea, que es lo mismo que del capricho, que por supuesto no es derecho. Cuando se crea derecho –nunca se inventa que es lo que vemos últimamente, impactando negativamente a su naturaleza intrínseca y constitutiva–, aseguramos para la vida social que nuestros destinos quedan en manos de la norma jurídica y no para depender de ellas, sino para protegernos por el imperio de su regulación y así nos libramos de aquellos que solo ven al derecho como instrumento para sus dividendos. Ese es el sentido de la ley, es decir, regular la vida social produciendo resultados jurídicos y no resultados ideologizados.

El derecho es ajeno a los actos empíricos, que son los del azar y, distintos de los actos fácticos que, como los de iure, son siempre derecho, porque su marco es la realidad juridizada. La imaginación siempre tiene límites y suele ponerlos la propia racionalidad. Así, no podríamos dar una ley para regular la vida de los fantasmas porque los fantasmas no existen, por lo menos para el derecho que comentamos. Tampoco se puede forzar el derecho o hacer lo que la ley no dice y esto último es muy grave porque se vuelve un recurso del que defiende sin derecho, que es lo mismo que la defensa del empírico.

El derecho es una completa garantía para la vida social, por eso hay que cuidarlo y protegerlo y no manosearlo como pasa últimamente diciendo lo que no dice o interpretando lo que no contiene. Todo lo contrario, afecta a la cientificidad del derecho. Será imperioso, finalmente, circunscribirse a la práctica propia de su ejercicio convencional porque esa será la regla más importante para la democracia de un Estado como el Perú. Los que dicen o hacen en sentido contrario al derecho, en verdad no les importa como ciencia sino como instrumento de sus objetivos mundanos. Esto último es una desgracia para el país y alguien debe ponerle coto a la aberración jurídica que, riesgosamente, si nadie lo hace, podría normalizarse.

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