Rareza del amor

Rareza del amor

“No soy poeta”, dice un escritor que poetiza con talento. “La poesía no vende”, exclama un creador de versos con sorprendente oficio, midiendo el espacio que tiene la poesía en el mundo editorial, por no decir en nuestras vidas.

Suena a la deconstrucción del amor en la postmodernidad, esa que derruye los grandes relatos y los mejores sueños. El pragmatismo de aquel intelectual me confronta. “la poesía ha muerto”, susurra. Parafrasea (con licencia) a Nietzsche que en “La gaya ciencia” decía en boca del loco que Dios ha muerto, aunque quien se murió fue Nietzsche. Explica el intelectual postmoderno que también el amor ha muerto como ideal y que me olvide de la torpeza de los mitos orientales, de la predestinación, del hilo rojo que une a dos seres que podrían estar habitando (para la esperanza) dos territorios distantes. Termina por convencerme que el amor se inventó en la Edad Media, cuando los cruzados recorrían Europa hasta la Tierra Santa para enfrentarse a los infieles. Antes de partir, el cruzado recibía de su amada un paño perfumado que él llevaría en el camino con devoción, una compañía leal e íntima, casi protectora.

Si el amor se inventó en el Medioevo o si Platón lo descubrió y trató de explicarlo mal no es un asunto que atañe a los tiempos modernos. Si las cruzadas a caballo se reeditaran en la Tierra actual, al hombre podría bastarle cargar su celular y rellenarse de las sandeces de las redes sociales para no sentirse solo. ¿Y el amor? Demasiado complicado y doloroso. Es, por demás, un espejismo de la cultura. Tener amigos intelectuales postmodernos es una desventaja cuando racionalizan lo sagrado: “Imagina que para encontrarte con tu mitad media deben concurrir ambos en sincronía (mismo lugar y misma hora), tener ambos la razón suficiente para acercarse y, lo que es más importante: sintonizar en sentimientos”. “El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman”, decía Carl Jung sobre las sincronías…

La sintonía es una coincidencia de sentimientos y de posibilidades conjuntas, una rareza en un mundo de sensibilidades, gustos e intereses dispares. “Que te enamores y alguien se enamore como en una sacra predestinación es solo un milagro y hay que guardarse los milagros para cosas más importantes”, dice el escritor, lamiendo con sus palabras (muy probable), alguna poblada, vieja e inconfesada herida.