¿Se rompe la alianza occidental?

¿Se rompe la alianza occidental?

Hace poco trascendió que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, no descartó la posibilidad de utilizar la vía militar para alcanzar sus objetivos geopolíticos en Groenlandia y el Canal de Panamá. Esta intensificación de su narrativa ultranacionalista y conservadora, que lo ha llevado al poder por segunda vez, ha generado reacciones de rechazo tanto en la Unión Europea como en Panamá.
Mientras que Bruselas ha defendido la soberanía de Groenlandia como un “valor diplomático y principio clave”, ciudadanos panameños han expresado su indignación a través de multitudinarias protestas. Aunque estas declaraciones de Trump podrían interpretarse como parte de una estrategia de negociación basada en la imposición, la insistencia en este discurso parece capaz de socavar el equilibrio internacional establecido tras la Guerra Fría.
Durante décadas, Occidente se consolidó como un bloque sólido liderado por Estados Unidos, con la democracia como bandera de gobierno. Sin embargo, este modelo se encuentra en crisis, no solo por las tensiones internas, sino también por el surgimiento de narrativas autoritarias que están ganando terreno a nivel global y encuentran en los nacionalismos discursos funcionales, lo que pone en debate la utilidad de los sistemas de integración internacional vigentes.
La erosión de la democracia no debería sorprender a nadie. En un mundo donde ciudadanos occidentales justifican las acciones de China como modelo de control eficiente o defienden la invasión de Putin a Ucrania bajo argumentos de seguridad nacional, las narrativas democráticas se encuentran en declive. Estas posturas no solo desafían los valores occidentales, sino que también legitiman una lógica de poder basada en el dominio y la fuerza.
El discurso de Trump podría estar en sintonía con este nuevo escenario geopolítico, marcado por un creciente armamentismo y una inclinación de los grandes Estados hacia la protección de sus propios intereses. Las grandes potencias, como China, Rusia y Estados Unidos, han asumido posturas más agresivas, mientras que países más pequeños enfrentan una encrucijada: someterse a estos gigantes, armarse para protegerse o buscar alianzas con nuevos actores que garanticen su estabilidad.
Este panorama pone en evidencia la fragilidad del orden internacional actual y la debilitada posición de instituciones como la ONU, que carecen de mecanismos efectivos para prevenir la fragmentación de la soberanía de los Estados y asegurar el cumplimiento del derecho internacional. Las tensiones actuales demandan una revisión profunda de estas estructuras, que han quedado rezagadas frente a un mundo cada vez más multipolar y competitivo.
En este contexto, el papel de la narrativa adquiere una importancia crucial. Las tensiones entre grandes potencias no solo se juegan en el terreno militar, sino también en el ámbito discursivo. La manipulación de información, la polarización y la creación de percepciones públicas favorables a posturas autoritarias encuentran terreno fértil en nuestras limitaciones cognitivas. Por ejemplo, el cerebro humano procesa conscientemente solo 10 bits de los miles de millones de información que recibe cada segundo, creando un cuello de botella cognitivo que limita nuestra capacidad de analizar problemas complejos, lo que favorece la aceptación de discursos simplistas y emocionales.
Frente a estos desafíos, la comunidad internacional debe buscar soluciones que fortalezcan el multilateralismo y promuevan narrativas que prioricen la cooperación sobre la confrontación. Si no se toman medidas para restaurar la confianza en las instituciones democráticas y regular las dinámicas del poder internacional, el mundo podría dirigirse hacia un escenario de fragmentación y conflicto generalizado.

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