Seguimos cayendo al vacío
Seguimos cayendo al vacío
Seguimos —y continuaremos— hundiéndonos en el tercermundismo más montaraz mientras los servicios públicos sigan decayendo en calidad. La sociedad peruana de hoy es una de las más despreciadas por los gobernantes que han conducido este país desde que, a principios de siglo, la izquierda asumió el control político de esta nación. Salvo el interregno de Alan García, los demás gobiernos han continuado horadando la calidad de vida de los habitantes de la nación.
La degradación de los servicios que debería brindar el Estado se ha acentuado en áreas como la salud, la alimentación y, fundamentalmente, la educación. Esto, al margen de la inseguridad ciudadana y del sistema de injusticia que imparte este Estado, donde los procesos demoran décadas, mientras que en países vecinos tardan entre uno y tres años. Esta realidad refleja la dimensión de la decadencia de nuestro Estado.
A su vez, esto se traduce en la degradación que continúan mostrando nuestros ciudadanos, consecuencia de los infames servicios que reciben del mal llamado “Estado” peruano. Al final del día, amable lector, este criminal abandono de sus responsabilidades por parte del Estado es el principal culpable del atraso, la indolencia y el retardo que exhibe nuestra población. Esto se debe a la indigna y deficiente educación que siguen recibiendo —desde la escuela hasta la universidad— los niños, jóvenes y adultos peruanos.
Como desenlace, grandes sectores de nuestra población cargan una tara demasiado pesada, lo que impide que nuestro país, algún día, alce vuelo como nación exitosa. Es evidente que esa desatención estatal se da en todos los servicios públicos que está constitucionalmente obligado a proporcionar al ciudadano. En ese sentido, la falta de servicios adecuados y oportunos de educación, salud pública y alimentación básica para los inmensos bolsones de miseria que abundan en nuestro país contribuyen a agudizar el cada vez menor desarrollo intelectual de los ciudadanos. Esto redunda en la dificultad —e incluso la imposibilidad— de que esta capa demográfica logre algún día desempeñarse en funciones útiles para su país.
¡Tercermundismo en todo su esplendor!
El problema, entonces, es grave. Mientras sigamos desatendiendo las verdaderas prioridades, continuaremos debilitando nuestro ya endeble Estado. Este círculo vicioso no debe dejarnos cruzados de brazos, como irresponsablemente lo hemos hecho durante más de década y media, desde que Ollanta Humala asumiera el poder. A partir de entonces, nuestro Estado comenzó una vertiginosa picada y continúa desplomándose al vacío a un ritmo cada vez más acelerado.
Esto se refleja en la atroz situación actual: estamos gobernados por gente incompetente, cuando no neófita y primitiva. Comencemos por el hecho de que un alto porcentaje de nuestros congresistas son analfabetos o semianalfabetos; nuestros presidentes —salvo Alan García y Kuczynski (aunque a PPK de nada bueno le sirvieron sus diplomas)— jamás supieron dónde estaban parados; y la mayor parte de sus ministros han sido —y son— una partida de mediocres hechos a mano.
Si no efectuamos un giro de 180 grados, algún día no muy lejano, el Perú desaparecerá como nación.
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