Sin Alberto

Sin Alberto

Con la muerte de Alberto Fujimori (1938-2024) se cierra un capítulo y se abren otros en la historia peruana reciente, tanto para el mismo fujimorismo como para ese antifujimorismo rabioso y obsesivo que vive de un odio atávico hacia una figura predominante y muy controversial en las últimas décadas. Desde su aparición en las elecciones de 1990 y su sorpresiva victoria sobre Mario Vargas Llosa, Fujimori ha acaparado la escena política nacional –con más sombras que luces– ya sea desde el poder (1990-2000) como también fuera de él.
Queda en la memoria la abrupta huida en noviembre de 2000, el posterior intento de incursionar en la política japonesa con una fallida postulación al senado de ese país y su accidentado regreso –vía Chile– en 2005. Un colosal error de cálculo de un matemático que se dejaría seducir por una corte de amigotes que le pintarían un cuadro bucólico, en el que el Perú lo recibiría con los brazos abiertos. Pues bien, el socialismo chileno de Michelle Bachelet lo regresaría a la realidad, accediendo a un pedido de extradición formulado por un Estado peruano que lo tenía en la mira. Un controversial juicio –muy mediático– acabaría con la aventura del histórico líder del fujimorismo con una condena en 2009 a 25 años de cárcel.
Ya en 2017, el presidente Kuczynski lo indultaría, una decisión no exenta de polémica que, a la postre, le costaría su propia presidencia. Sus cancerberos se encargarían de regresarlo a prisión poco tiempo después de este indulto. Años –y gobiernos– después, el Tribunal Constitucional haría respetar un indulto justo y legítimo, otorgándole la libertad a un anciano y muy enfermo expresidente de 85 años de edad. Lo haría valientemente sobre una nefasta justicia supranacional y sus acólitos que pretendían que Fujimori muriera en la cárcel. De hecho, en diciembre de 2023, el exmandatario recobraría su libertad luego de 17 años encarcelado; nueve meses después, moriría dignamente en medio de su familia y con un apoteósico y multitudinario funeral reservado solo para los jefes de Estado.
Ya sin Alberto, se avecina una previsible pugna de poder al interior del fujimorismo. La heredera política natural y actual lideresa de Fuerza Popular, Keiko, podría enfrentarse a un renovado Kenji, quien ha regresado a la exposición mediática con una faceta mucho más amable y emotiva que la de la tres veces candidata presidencial, quien tiene la dureza de una mujer que ha soportado –y superado– todo tipo de avatares, incluida una abusiva prisión preventiva, pero que sigue teniendo un férreo control de su partido.
Sobre los antifujimoristas, bueno… se les fue su némesis, el eterno culpable de todos los males habidos y por haber en la política peruana. O se reciclan y buscan otro objetivo, o sus discursos cansinos y repetitivos terminarán por sepultarlos políticamente, lo que esperamos de todo corazón que suceda… y pronto.

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