¿Todos irán presos?
¿Todos irán presos?
Nuestro país bate varios récords mundiales. Machu Picchu es una de las maravillas del mundo, ocupamos el segundo lugar del planeta con bosques amazónicos, nuestra biodiversidad es extraordinaria y sobresaliente. La riqueza minera no se queda atrás. Y aunque Dios no es peruano como se dice chauvinistamente en estas tierras, la lista de nuestras bondades es enorme. Añádale la riqueza cultural y la arqueología aún no explorada cabalmente. Contamos con un inmenso potencial para ser un país con gran desarrollo y para arrancar la pobreza de nuestra sociedad de una vez por todas. Podemos tener peruanos felices, bien educados, dignos.
Pero, siempre hay un “pero”, el cáncer de la corrupción ha devastado a la nación y parece ser una maldición de la cual no podemos escapar. Ya se hizo costumbre llegar al poder para robar al Estado en beneficio de intereses propios. Es todo un clásico. Esta pandemia corroe todos los niveles de gobierno, debilitando el marco institucional, indispensable para que una sociedad funcione adecuadamente, para que se respeten las leyes, se enmienden las arbitrariedades y que el ciudadano, sin distinción de raza, credo o ingreso económico, encuentre una respuesta adecuada y confíe en el sistema.
Una de las desgracias de la corrupción es que nos vuelve descreídos, escépticos, además de fomentar la informalidad de manera exponencial. Cualquier trámite, sea municipal, relativo a la actividad constructora o a la justicia, tiene un costo adicional, siempre oneroso. Asquea, discriminando al más pobre que no puede ‘cotizar’ la coima. Un verdadero impuesto.
Tenemos un expresidente preso, Alejandro Toledo Manrique. Gozó de la simpatía del voto popular. Pudo acceder al poder una segunda vez. Según sus colaboradores, su esposa y su carácter lo impidieron. Recibió 30 millones de dólares de la empresa Odebrecht por la carretera Interoceánica Sur. Fue aprobada rápidamente, superando todos los candados. Él reclama ser inocente y puro. Las pruebas son bastante claras. Le impusieron una condena de 20 años de cárcel.
Otro prontuariado es Pedro Pablo Kuczynski. Fue ministro con Toledo. Pactó con Odebrecht y, aunque no encabezó una organización criminal, hubo malos manejos en su gobierno. Es de edad avanzada, pasó por arresto domiciliario y aún espera condena.
El expresidente Ollanta Humala y su esposa, Nadine Heredia Alarcón, ya llegaron a juicio. Se les imputa haber recibido plata de la Venezuela de Hugo Chávez para su primera campaña electoral y, para la segunda, la que ganó, de Odebrecht. Niegan todo, alegando que no hay pruebas. A él le espera una condena de 20 años y a ella, de 26. La pareja contaba con amistades entre jueces de la Corte Suprema. Nunca se sabe con la justicia peruana.
Otro expresidente que está afrontando un proceso judicial es Martín Vizcarra, llamado el ‘Lagarto’. Pero no por su gestión como mandatario, aunque debería, porque es responsable de que el Perú haya sido el país con más muertes por millón del planeta durante la pandemia de COVID-19. Lo juzgan por exigir coimas a empresas constructoras cuando fue gobernador de Moquegua. Lo mismo, se reclama inocente.
Si se respeta la ley, tendremos cuatro expresidentes presos. Todo un récord. La pregunta es: ¿estas condenas disminuirán la corrupción en nuestro país? Dudoso. Tal vez asuste un poco a gobernadores, alcaldes y funcionarios, no más. Penoso y desalentador. Un karma.
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