Una guerra sin cuartel
Una guerra sin cuartel
Como nunca antes se ha visto, el país asiste a una guerra político-judicial sin cuartel. Un sistema judicial absolutamente colapsado, compartimentado y enfrascado en un abierto enfrentamiento entre las entidades que lo componen y en donde todos hacen lo que les da la gana. Jueces que, apelando a un muy “difuso” (…si cabe) control difuso (figura por la que un juez puede no aplicar una ley al entender que contraviene una norma constitucional), no aplican leyes por motivaciones netamente políticas; fiscales que no solo se rebelan contra sus superiores jerárquicos abierta y mediáticamente, sino que no acatan una orden del supremo tribunal de justicia constitucional y, cuando lo hacen, apelan a portales “periodísticos” que no son otra cosa que activistas políticos. Un caso emblemático es la orden del Tribunal Constitucional de revelar el controvertido acuerdo de colaboración eficaz suscrito entre las autoridades judiciales peruanas y la corrupta multinacional Odebrecht, en uno de los procesos más infames que se recuerden en la historia judicial peruana.
Acciones de amparo, habeas corpus, autos, sentencias… resoluciones de todo tipo que salen a diario sin ton ni son, evidenciando el caos de un sistema judicial absolutamente anárquico; como en el caso de la exfiscal de la nación Patricia Benavides, quien lleva meses en el limbo judicial, con todo tipo de mandatos que se contraponen causando un estado de confusión tal que nadie entiende nada. Medidas preventivas abusivas y arbitrarias que asemejan sentencias anticipadas o, “contrario sensu”, disposiciones vergonzosas, extrañas dilaciones o atronadores silencios que amparan escandalosas impunidades. Este es, amables lectores, el ambiente político-judicial al que asistimos los peruanos a diario, todo ello ante la pasmosa complicidad de una prensa venal y ávida de escándalos, medios que, en su inmensa mayoría, solo atizan el fuego de una hoguera que no tiene cuándo amainar siquiera.
Sería materialmente imposible enumerar los casos, menos aún intentar disgregar cada uno de ellos. Todos los días hay uno nuevo y otro que se contrapone al anterior, en una vertiginosa y acelerada carrera para demostrar al mundo que en nuestro país no cabe el aburrimiento; paradójicamente, una suerte de entretenimiento demoníaco que nos está llevando al abismo.
No podemos dejar de mencionar a un Congreso que cada día se esmera en ser uno de los peores que la historia recuerde, uno donde es imposible también enumerar todos los desaguisados (por ser amable con el término), y un Ejecutivo con su presidenta y ministros absolutamente desconectados de la realidad, viviendo en un mundo paralelo, donde todo pareciera felicidad y armonía.
El único bálsamo para tanta desgracia es el correcto manejo gerencial de un Banco Central de Reserva autónomo, que nos viene garantizando cierta estabilidad económica, envidia de la región, fina cortesía de un sólido marco regulatorio amparado por la tan vilipendiada (por la izquierda, naturalmente) y felizmente vigente Constitución de 1993.
Ojalá se avecinen mejores vientos políticos para el 2025… Total, la fe y la esperanza es lo último que uno debe perder.
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