El autoritarismo que se disfraza de legalidad [ANÁLISIS]
Democracias representativas están siendo socavadas desde su interior, donde fuerzas políticas manipulan instituciones para consolidar su propio poder en detrimento del voto popular.
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El autoritarismo que se disfraza de legalidad [ANÁLISIS].
En su acepción tradicional, anidar como sinónimo de arraigarse o ubicarse, implica encapsularse en una morada interior u oculta dentro de un mismo espacio determinado, con el fin de desarrollarse y desenvolverse dentro del mismo, no solo para prevalecer, sino también para sacar provecho de las fuentes proveedoras que emanan de su intimidad. Me refiero a la posibilidad de que, dentro de la misma democracia como sistema representativo, se susciten acciones en su propio interior, aunque con el paso del tiempo, orientadas a la desaparición o extinción de la democracia.
Hablamos de un juego político contrario y contraproducente, al reverso de los principios que rigen a las democracias representativas, en el que cada una de las fuerzas políticas representativas, en vez de cumplir con lo que preconizan como parte de las campañas que las llevaron al poder, buscan sacar el mayor provecho posible para beneficio propio o de su partido, en desmedro del voto electoral universal que hizo posible su presencia a través de las ánforas.
Se trata de acciones o decisiones al interior de la misma democracia, en el contexto de la labor que lleva a cabo cada uno de los poderes del Estado, las cuales, bajo un sesgado y torcido concierto de voluntades, potencialmente pasan a convertirse en decisiones de contenido autoritario con miras a un proyecto totalitario, abusando, o mejor dicho, sacando el máximo provecho de las reglas normales y de las debilidades que caracterizan a las democracias. Se trata de subvertir los mandatos constitucionales para quitarle contenido, operatividad y sentido a la propia democracia, burlándose del mandato popular que hizo posible su existencia o traicionando la voluntad popular.
Armas políticas
Bajo esta clase de premisas, las instituciones públicas y representativas pasan a convertirse en armas políticas dirigidas a la obtención de determinados fines contra la democracia, y que resultan esgrimidas de forma enérgica, metódica, encubierta, engañosa y, sobre todo, coordinada por parte de quienes ejercen el poder de turno y en contra de quienes no están de acuerdo con la forma y manera en que se ejerce una aparente democracia.
Hablamos de autócratas u opresores electos en las ánforas electorales, que acaparan el poder a través de la gobernabilidad para beneficio de sus propios intereses individuales, partidarios o colectivos, tergiversando o desnaturalizando el propio sentido de la democracia representativa como régimen de gobierno. Se incluye a los que están dispuestos a servir de manera incondicional y categórica a los intereses que buscan subvertir a la democracia, congraciándose con el poder tanto a través del hostigamiento abierto o confrontado, la sumisión, como también recurriendo al silencio cómplice que busca desestabilizar a la democracia bajo estos términos.
Hablamos de reinscribir las reglas del juego democrático, tanto a favor de los que ejercen el poder democrático al revés, como también en contra de quienes se encuentran en la oposición en un aparente juego de fuerzas e intereses partidarios que no tienen nada de democráticos.
Asesinos de la democracia
En efecto, me refiero a la paradójica y trágica ruta electoral aparentemente democrática, en la que el aparato del Estado resulta encaminado hacia la senda del autoritarismo o totalitarismo pleno, como parte del objetivo político más importante y que se requiere, por sobre todo, alcanzar.
Los asesinos de las democracias utilizan las mismas instituciones, las mismas herramientas legales y los mismos principios sobre los que se rige toda la democracia, aunque de manera gradual, sutil, sistemática e incluso legal, para efectos de liquidarla o ir desangrándola y neutralizarla, sofocando o incluso reprimiendo a todos los que se les opongan en el camino. Se trata de reinscribir las reglas del juego democrático, sacando el mayor provecho no solo de las debilidades de las democracias, sino capitalizando a su favor y beneficiándose de las prerrogativas propias del sistema democrático.
Autoritarismo encubierto
Hablamos de una senda encubierta y hábilmente maquillada por el derecho y la legalidad, encaminada hacia el autoritarismo, siempre dentro de la misma democracia, que no solo es engañosa y embaucadora, sino, por sobre todo, particularmente peligrosa y oscura por todo lo que encierra tanto a mediano como a largo plazo.
A diferencia de los tradicionales golpes de Estado, que proporcionan una muerte inmediata a las democracias cerrando o interviniendo las instituciones más representativas, en este caso lo que se persigue es quebrar metódica y sigilosamente a las democracias, atacando, denigrando y desprestigiando a determinadas instituciones y a todo lo que ellas representan.
A través de la violencia y la coerción física y material que implican los golpes de Estado, como se conocen, se toma inmediatamente el control sobre los poderes del Estado interviniéndolos, lo cual implica poner en práctica todo lo contrario: la democracia sigue funcionando y operando normalmente como si nada pasara, porque todo se desenvuelve dentro del juego y las prerrogativas democráticas normales que están establecidas en las leyes.
La Constitución Política y otras instituciones nominalmente democráticas continúan vigentes y se desenvuelven normalmente como si nada pasara. La población sigue pensando que vive en democracia, ya que los autócratas que gobiernan desempeñan cargos o funciones que aparentan ser democráticas, aunque en el trasfondo lo que buscan es destriparla y ahogarla aplicando una cirugía estética que aparenta no ser nada dolorosa ni traumática, aunque el objetivo principal no es otro que exterminarla como sistema de gobierno.
Problemas aparentes
Varios pueden ser los temas o problemas elegidos que hagan viables los proyectos totalitarios. Como se trata de una democracia en la que se interactúa bajo una normalidad figurada y con consignas predeterminadas, es imperioso centrar el accionar político sobre problemas determinados que tengan suficiente capacidad como para convocar a grandes sectores poblacionales.
Hablamos de la delincuencia, la impunidad, la corrupción, la inseguridad ciudadana o una justicia que no opera ni resuelve los problemas. No se trata de solucionarlos y menos neutralizarlos, sino de que sirvan como espacios apropiados en donde se sistematizan las acciones, las contradicciones y los reproches, para que sean más impactantes y desmerecedores.
Se trata de recurrir a problemas agudos y complejos de solucionar que, por sus características, no solo atraen y sistematizan a toda la opinión pública, sino que suscitan una situación de incertidumbre y miedo generalizado. Se trata de que sirvan de correa de transmisión solo para encauzar las ideas y darles cierta lógica y sustento. En todo caso, la elección de los problemas dependerá del estadio en que se ubique cada uno de los proyectos totalitarios.
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