Los partidos como cesión de corrupción: Una realidad que nadie quiere ver la transmisión
La falta de transparencia y democracia interna en los partidos políticos facilita el surgimiento de líderes incapaces y promesas electorales vacías, alimentando el descrédito partidario.

Si existe un factor común y frecuente que caracteriza la vida política y partidaria en nuestro medio, es la presencia reciclada y constante de la corrupción en el desarrollo de los partidos políticos.
En todos los casos de gran corrupción a lo largo de nuestra historia republicana, desde la independencia, de una u otra forma, los partidos políticos han ocupado —y lo siguen haciendo— un lugar protagónico y trascendente frente al problema de la corrupción. Desde la temprana república, en aquella época inmersa en el patronazgo y el caudillaje, pasando por el azote del régimen guanero, el infame contrato Dreyfus, la ignominia de la guerra con Chile, el contrato Grace, el gobierno de Leguía, e incluyendo los escándalos del contrabando, la dictadura cívico-militar, la colusión con el narcotráfico, hasta casos más recientes como el de Odebrecht y el Club de la Construcción, la corrupción y su hermana gemela la impunidad han sido una constante que ha marcado el curso de nuestra vida política. No me refiero al desarrollo normal y transparente de la vida partidaria, que por supuesto no es motivo de cuestionamientos o críticas, sin la cual sería materialmente imposible que la democracia pudiera existir. Me refiero a los partidos políticos involucrados en casos de corrupción, lavado de activos o que han usado fondos ilícitos en sus campañas. Hablo de un engranaje maquiavélico y sistémico que, a lo largo de nuestra historia, se ha venido superponiendo y matizando a través de una democracia malintencionada o desnaturalizada, bajo el paradigma de que sin partidos políticos no puede haber democracia. Una corrupción que se ha perpetuado a lo largo de todos los gobiernos, uno tras otro, como si fuera parte de una misma realidad o sistema, que siempre ha terminado en impunidad.
Cadena de transmisión
Ahora podemos explicar y entender las razones por las que todos los gobiernos pasados, sin distinción de credos políticos o ideologías, siempre han estado inmersos de forma secuencial y reiterativa, directa o indirectamente, en casos de gran corrupción. Todos los últimos mandatarios, a excepción de algunos, siempre han finalizado sus mandatos vinculados e inmersos en escándalos y casos de gran corrupción, a través de diferentes modalidades y bajo diversas circunstancias, en el ejercicio pleno de sus mandatos presidenciales. Yo diría que no ha sido casual, sino causal, en el sentido de que no ha habido otra razón que el uso de los partidos políticos, primero como un esquema barnizado de corrupción y después la impunidad, que es igual o peor que la propia corrupción.
Interior de los partidos
El problema no son los partidos políticos como columna de la democracia, sino lo que sucede en su interior, en cuanto a su funcionamiento, gestión, fiscalización y oportuna transparencia. No necesariamente los que conforman un partido político y ocupan los cargos más importantes son los más aptos, capacitados y representativos. En el imaginario, no necesariamente los propios partidos son ejemplo de democracia interna respecto a su funcionamiento, representación y liderazgo. En nuestro medio, es común la aparición frecuente de partidos políticos de fachada que son más que un nombre rimbombante vinculado con la democracia aparente y la nación imaginaria. Sobre todo cuando nos encontramos ad portas de elecciones en las que proliferan las agrupaciones políticas haciendo todo tipo de promesas que sabemos que son imposibles de cumplir. No hay planes definidos serios y menos una ideología que los sustente. Aparecen de la noche a la mañana, porque se persigue sacar más provecho personal a las circunstancias y coyuntura electoral. No se discuten ni se aprueban con todas las formalidades internas que exige una acción partidaria, ni los programas y menos los planes de acción respecto a la realidad nacional y sus posibles soluciones. Simplemente se anuncian las candidaturas, surgen las alianzas entre estamentos parecidos y aparecen los adscritos que las respaldan, sin mayores convicciones, antecedentes u otras exigencias que son elementales para la defensa de la vida partidaria y la propia democracia.
Desacredito partidario
El descrédito es una constante que va en aumento en nuestro medio respecto a la vida partidaria, por la presencia permanente de la corrupción maquillada en la vida de los partidos. Ello se debe, en gran medida, al desprestigio, el nulo crédito y a la poca estima social que confronta la vida partidaria en nuestro medio. Existe la percepción de que los partidos políticos, en los términos en los que se han venido desempeñando en los últimos años, no son otra cosa que una confabulación de intereses económicos y personales que busca y persigue ampararse en la gobernabilidad solo para el propio beneficio de unos cuantos en términos de lucro. Una partidocracia que envuelve todo tipo de corruptelas y procedimientos contrarios a los principios que deben imperar en la vida partidaria. Las evidencias sobran: partidos y sus líderes involucrados en casos de corrupción y lavado de activos, en juicios penales que duran años y que terminan archivados o sobreseídos dependiendo de los gobiernos de turno, que no son ajenos al problema.
Pseudo democracia
Se supone que los partidos políticos deben ser ejemplo de democracia interna respecto a su transparencia y gestión. Que se sepa, no existe autoridad que imponga disciplina, transparencia y estamento adecuado en lo que respecta al interior de su gestión. Elecciones internas amañadas permiten que solo el entorno de las cúpulas partidarias pueda obtener cargos de representación con miras a cada una de las elecciones. Siempre son los mismos candidatos los que representarán a los partidos en las elecciones, incluso sin ninguna gestión que avale su postulación en términos éticos, técnicos o profesionales. Los resultados saltan a la vista: partidos políticos incapaces de enfrentar la corrupción, tanto para afuera como para adentro.
Corrupción e impunidad
En nuestro medio existe la conciencia y convicción de que la mejor manera de auto protegerse contra futuras acciones, sobre todo frente a las investigaciones sobre corrupción y otras modalidades, es formar o pertenecer a una agrupación política, con miras a disfrutar no solo del ejercicio de la labor pública, sino sacar el mayor provecho del cargo público en todos y cada uno de los sentidos posibles. Hablamos de la inmunidad, indemnidad, defensa legal gratuita, soporte logístico, presencia en los medios de comunicación y, por si fuera poco, ampararse en la retórica de que se trata de una persecución política. Un escudo legal protector al más alto nivel y a toda prueba como el mejor medio legal para librarse de futuras investigaciones, en consideración a las prerrogativas que se derivan una vez que se logra ganar unas elecciones. En otras palabras, el libre ejercicio de la vida partidaria selectiva en el ámbito de la política partidaria como la mejor correa por la que se transmitirá la propia corrupción y su sucedánea, la impunidad.
Los partidos de fachada
La corrupción, enraizada en la vida política peruana, ha sido perpetuada por partidos políticos que actúan como engranajes de un sistema corrupto y de impunidad. Desde la independencia hasta los recientes escándalos de Odebrecht y el Club de la Construcción, la corrupción ha caracterizado el desarrollo de los partidos. Esta situación, agravada por la falta de democracia interna y la formación de partidos de fachada, ha llevado a un descrédito creciente de la política partidaria. La corrupción y la impunidad siguen siendo la norma, mientras los partidos fallan en ser ejemplos de transparencia y gestión ética.
Más datos
A lo largo de nuestra historia republicana, los partidos políticos han jugado un papel protagónico en la perpetuación de la corrupción, desde la independencia hasta los escándalos recientes como Odebrecht.
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